Hemos construido una sociedad en la que parece primar el individualismo y el consumismo y un cómodo aislamiento de los asuntos públicos, donde el máximo esperado es compartir un sentir social durante un par de horas, pero muy rara vez una articulación que no se diluya en el tiempo.
Sin embargo, es en los temas ambientales ligados al desarrollo local donde se están generando las experiencias más robustas y pertinentes de participación de la sociedad civil. Hay más de 30 agrupaciones ambientales en la región, algunas convocadas en torno a asuntos que parecen estar fuera de la agenda oficial, que considera básicamente tres ámbitos de acción: la contaminación atmosférica, la gestión de residuos y la biodiversidad. Cabe recordar que solo el primero está en ejecución a través del Plan de Descontaminación Atmosférica de Chillán-Chillán Viejo. En materia de gestión de residuos, nunca ha existido una planeación regional, mientras que en biodiversidad ha habido avances, pero muy focalizados y de impacto relativo.
La propuesta de la sociedad civil es ambiciosa, pues incorpora un inventario de temas pendientes, como también nuevas aspiraciones asociadas al cambio climático, la recuperación y protección de ecosistemas y la educación ambiental. A nivel político, se ha propuesto crear un observatorio ambiental para el control ciudadano, tener voz en la elaboración de la estrategia regional de desarrollo y desarrollar planes comunales ante el cambio climático, ya que reconocen que, en general, las experiencias de gestión son bastante pobres y herméticas, entendida mayoritariamente como una cuestión técnica y que le corresponde exclusivamente a los expertos y autoridades, mientras quienes viven, ocupan o disfrutan un territorio no tienen mucho que aportar. Sin embargo, esa idea quedó hace tiempo en el pasado y hoy es útil -y además positivo- que exista un mayor involucramiento de la ciudadanía en las temáticas ambientales.
El tiempo, sumado a la capacidad de gestión, credibilidad y posicionamiento político, dirán finalmente si estas organizaciones son las instancia adecuada para interpretar las aspiraciones verdes de la sociedad civil y representarlas ante las autoridades.
No obstante, el esfuerzo de hombres y mujeres de diferentes edades, profesiones y posiciones políticas para proteger el medioambiente y enfrentar sus problemáticas locales tiene un valor intrínseco, tanto como señal de conciencia ambiental y civismo, como de romper la lógica de dejarlo todo en manos de funcionarios y “expertos”. Un paradigma que ha demostrado ser muy vulnerable a desviaciones como la discrecionalidad, el secretismo y la manipulación a favor de intereses particulares, en desmedro del bien común.
La Región de Ñuble requiere de una mirada estratégica que conciba a la sociedad civil no solo como receptora de acciones de responsabilidad social empresarial o como sujetos pasivos de normas e instituciones que supuestamente deben garantizar sus derechos, sino como agente activo de nuevas formas de relacionamiento con la naturaleza, que garanticen su sustentabilidad y el único desarrollo que debemos tener en mente: el sustentable.