José Luis Ysern de Arce llegó a Chile con destino Chillán a principios de los años 60. Fue reclutado por el Obispo Eladio Vicuña, en su natal Valencia, quien lo convence de venir a evangelizar a esta lejana tierra. Era valenciano y así lo hacía notar hasta que decidió adoptar la nacionalidad chilena. Su labor pastoral la practicaba, entre otros lugares, en el hospital de Chillán, en la guardia como se le decía en esos años a la unidad de urgencia.
Los médicos de turno pernoctaban en el hospital, José Luis también lo hacía como parte de su misión. Allí no sólo brindaba asistencia espiritual a los enfermos, sino que se daba el tiempo para desarrollar su otra gran vocación, la de psicólogo.
En las largas noches invernales, para matar el tiempo y el frío, adoptó la costumbre de caminar por gélidos pasillos del hospital junto a un médico que conoció en los turnos nocturnos, el doctor Oscar Martínez Castro. Trabó con él una profunda amistad, la que se acrecentó cuando este lo asistió como médico, luego de un grave accidente que sufrió José Luis, como todos le decíamos con profundo respeto.
Pronto en las extensas caminatas nocturnas el Dr. Martínez le confidenció que era masón, lo que despertó más que curiosidad un gran interés en José Luis, en tiempos en que la iglesia y la masonería parecían ser enemigos, a tal punto que los católicos que ingresaban a la masonería eran excomulgados. Nada de eso le importó a José Luis, y las conversaciones empezaron a girar en torno a la filosofía, la historia y a la política. Uno y otro esperaban con expectación esos encuentros en los pasillos del hospital. La calidad y la calidez de las conversaciones atenuaban el frío nocturno característico de Chillán.
Vino el golpe de estado y José Luis desveló una profunda vocación humanista y trasversal, desarrollando una labor solidaria con los presos políticos y los perseguidos poniendo en riesgo su propia vida. A partir de ese instante las conversaciones nocturnas entre José Luis y el Dr. Martínez adquirieron un cierto aire de clandestinidad pues en el hospital también habían oídos y miradas delatoras. Su compromiso con los DD.HH es total, las conversaciones nocturnas ya fueron migrando de la filosofía y la sociología hacia la contingencia que vivía el país. Para él era revivir sus nefastos recuerdos juveniles del franquismo y para el Dr. Martínez, José Luis se constituyó en una suerte de confesor laico en el que confiaba totalmente. En ese momento de desconfianza la amistad entre ambos, un masón y un católico se consolidó como si fueran dos hermanos. Hasta que llegó el día en que José Luis decidió ser chileno. Necesitaba para hacer el trámite una recomendación, recurrió a su amigo el Dr. Martínez, quien le entregó un documento donde daba cuenta de su extraordinaria condición humana, de servidor público y de un practicante de la tolerancia activa, así como de vocación por los más pobres y por los que sufren. Cuando el Dr. Martínez le hace entrega del documento, Ysern le dice con la voz metálica y catiza que lo caracterizaba: “Doctor, si todos los masones fueran como usted, la masonería sería otra cosa”, a los que el Dr. Martínez le replicó “y si todos los católicos fueran como usted la iglesia sería otra cosa”.