Todos sabemos que ha terminado la pedagogía viva y directa en sala. Sin apoyo afectivo, sin el juego sociabilizante con sus pares, el niño se ha refugiado en un peligroso ensimismamiento virtual. Los profesores ya completan un año desarrollando guías electrónicas y rastreando a sus alumnos para que se conecten a la plataforma oficial de aprendizaje de la escuela. Los niños, por su parte, un año intentando contestar con aburrimiento y sobrellevar la rutina de leer y responder en pantalla lo mínimo que les exige la impersonal escuela. Cuando ambos llegan a cruzar una palabra personalizada o afectiva de apoyo entre si, con suerte alguna vez al mes, de nuevo se da digitalmente: conexión de wathsapp o en la misma aplicación sólo si ésta lo permite. Pero si nada anormal sucede, acaso todo el año se ha prescindido del contacto con el profesor, salvo en las escuelas de extrema ruralidad, sin computadora conectada a Internet. Desapareció absolutamente el diálogo para orientar vocacionalmente al niño.
¿Cómo seguir? Si todo cambió ¿es necesario seguir “pasando materia” para completar a rajatabla un Plan lectivo y curricular –puros conocimientos tragados sin comprensión que por las incertidumbres globales de la pandemia se vuelve obsoleto? Hoy la escuela debe reinventarse obligadamente, y crear una nueva ruta educativa sino quiere ser despreciada como inútil, tanto por los educandos, los padres y por los mismos profesores que sufren el sistemático agobio de la instrucción digital en casa. Ante la emergencia sanitaria mundial que acentuó al 300% la dependencia del teléfono, y con ello la idiotización cerebral que sufre el cerebro infantil atrapado 16 o 20 horas por las pantallas, todo exige repensar la escuela. ¿Cómo escapar de tal mecanización humana, cuyo control biodigital que uniforma las mentes causa tanta alienación humana? ¿Cómo escapar de un futuro tan terriblemente distópico? Yuval Harari, el gran pensador y profesor israelí, nos provoca con una respuesta: “puedes ser completamente feliz si cedes toda autoridad a los algoritmos para que decidan por ti […]; pero si deseas mantener cierto control sobre tu existencia personal –y la de tus hijos- y el control de tu vida, debes correr más rápido que los algoritmos, más rápido que Amazon, Google o el Gobierno y conocerte antes a ti mismo que ellos.”
Más claro que el agua ¿no? Como dejamos huellas en cada uno de los mínimos click que hacemos, esos poderes nos tienen completamente en sus manos porque tienen el suficiente manejo informático para ejercer manipulación y control hasta con los datos biométricos y el mapa de nuestro cerebro. Sin descanso, nos modelan en el carácter, los gustos, las pasiones, las opiniones y luego ¡los votos! Hoy el enemigo de los padres entonces, es la completa colonización del espíritu infantil. Es escalofriante escuchar a Harari concluir: “Por primera vez en la historia empieza a ser posible conocer a una persona mejor que a ella misma y hackear a seres humanos, decidir por ellos.”
Lo que los niños están aprendiendo hoy va a ser irrelevante en el 2050. Si los contenidos de antaño, aparte del lenguaje (leer y escribir) y ciencias, eran las cuatro operaciones básicas, hoy aparecen otras cuatro. Pero ya no son operaciones matemáticas sino competencias claves para el tan imprevisible futuro que viene. Compartimos con el pensador israelí que éstas debieran ser las Cuatro “C”: Pensamiento Crítico, Comunicación, Colaboración y Creatividad. Vale decir, habilidades que garantizarán seguir siendo humanos y con capacidades de entendernos y apreciarnos. Lo central será entonces la Filosofía –dialogo y preguntas socráticas para cuestionar lo dado y los dogmas con apariencia de “buena ciencia”- y Arte; belleza y formas armónicas para hacer más amable el duro mundo que se nos avecina. Y la metodología, para contrarrestar tanta pantalla y agotamiento mental, no puede ser sino el uso de las manos, juntarlas con las del otro, el hundirlas en la tierra y la madera; la vuelta en gloria y majestad de los “trabajos manuales”, vale decir, aprender con el cuerpo. Ya no importan tanto los conceptos que aprendan, sino cómo los aprendan. Y la escuela pública de Ñuble podría empezar el cambio.