Quejarse de la falta de ideas es el modo en el que un importante sector de la ciudadanía suele expresarse en tiempos electorales, creyendo que son parte de una forma superior de lucidez y hasta un aporte a la vida nacional. Nada más falso.
El planteo de objeciones y reparos, fundamentado en el dudoso, pero reiterado valor supremo del “pensamiento crítico”, resulta siempre agotador, pero en tiempos de elecciones se agudiza.
Examinemos el supuestos que más se repite automáticamente sobre la carrera presidencial: no hay propuestas. Dos cosas limitan el alcance de este primer lugar común: la primera es que las propuestas existen. Todos los candidatos y la candidata han presentado programas de gobierno, algunos son más desarrollados que otros, pero a ninguno se le podría acusar de exponer solo meros títulos atractivos, sin suficiente base y argumentación como para ser creíbles.
La segunda, es que puestos frente a las propuestas, buena parte de la ciudadanía prefiere mirar para otro lado y eso tiene que ver más con la forma de comunicar que con el contenido. Dicho de otra forma, las propuestas formuladas en un estilo convencional no interesan, pero no ocurre lo mismo cuando se traducen de modo simple y claro, cuando son aterrizadas en el ciudadano de a pie.
Por otra parte, ha habido debate. No solo los candidatos (as) se han enfrentado públicamente por radio, televisión y plataformas digitales, sino que también han participado de numerosos encuentros confrontando sus ideas.
Igualmente, hay conversaciones familiares o con amigos, en donde el debate tal vez más importante tiene lugar. Y es que la definición de posiciones políticas se hace en la vida íntima más que en la pública y allí tiene lugar un intercambio de ideas, entretejido con todo tipo de vivencias, que es la materia política fundamental.
No se equivoca quienes piensan que la política funciona mejor cuando la vida social puede encontrar su rumbo, su ritmo, sin estar todo el tiempo concentrada en la lucha por el poder. Eso no es ceguera, es vitalidad.
La verdad política no existe en el nivel del discurso, sino en la creación de realidades. Eso es lo que lee una persona en su propio mundo para entender los alcances de una elección. Hay que contar con eso, con la naturaleza humana, saber que las sociedades son conflictos en constante movimiento y que no pueden ser de otra forma.
Se trata, entonces, de trabajar para dar pasos concretos que mejoren las situaciones que queremos mejorar, sin tener que alterar las leyes básicas de la vida y su constante choque de fuerzas. De trabajar para lograr lo lograble, que no es todo, pero es mucho. Basta de poner objeciones, de decir “sí, pero”, de proscribir a la política y a los políticos. Conservemos la mala onda para aplicársela a quien se la merece y no para volverla el abordaje frente a este proceso electoral y sus actores. Sepamos distinguir.