La derrota sin apelación del bloque oficialista y de la centroizquierda en la elección de consejeros constitucionales el pasado 7 de mayo, y la incertidumbre que genera la irrupción la versión más conservadora de la derecha chilena, abren una gran interrogante sobre esta nueva etapa del proceso constituyente, iniciada con la entrega oficial por parte de la Comisión Experta del anteproyecto de nueva Constitución.
Son cinco meses de trabajo en los que los 50 consejeros que juraron el miércoles deberían intentar ponerse de acuerdo y sacar adelante este segundo proceso Constitucional que vive el país en los últimos tres años. Pero para que ello ocurra tienen que hallar caminos y tender puentes que los lleven a entenderse entre ellos. Y eso, definitivamente, no es una tarea fácil, más si los que tienen el control no creen en él.
En efecto, el Partido Republicano siempre se opuso al cambio constitucional, pero hoy cuenta con 22 escaños que le otorgan amplio poder de veto y, en términos amplios, de escribir (o no) la nueva Carta Magna, ya que con sus votos -más algunos de los 11 de la derecha tradicional (UDI-RN)- prácticamente no necesita negociar con nadie.
Igualmente, opiniones como la del exconvencional por Ñuble, Martín Arrau, cuestionando -a priori del debate y deliberación- el texto elaborado por la comisión de expertos, son una pésima señal para lo que viene. Lo mismo han hecho el presidente del partido, Arturo Squella y los diputados Gonzalo De la Carrera y Johannes Kaiser, instalando una legítima duda sobre la real intención de redactar una Carta Fundamental que represente a la mayoría de las personas que vive en Chile y a sus aspiraciones de una sociedad más justa, equitativa y solidaria.
Aprovechar realmente esta segunda oportunidad de cambiar la Constitución en mucho dependerá de la convicción de quienes participan en ella y de su capacidad de superar disputas ideológicas y hallar caminos para el diálogo.
Dice el diccionario que conversar viene del latín “conversari” que significa “dar vueltas en compañía”. En toda conversación hay una búsqueda de verdad, ya sea para encontrarla, para controvertirla, para ratificarla, incluso para crear una que nos ponga en sintonía y encuentro.
Configurar un horizonte común, más justo y humano, que es el objetivo de toda Constitución, solo será posible en un escenario en que podamos escucharnos, confiar y respetar. Por el contrario, atrincherarse en mayorías ocasionales para imponer las ideas propias y bloquear aquellas no compartidas solo conducirá a un nuevo fracaso político y a la frustración del sujeto colectivo que somos.
Hay dos formas básicas de concebir la democracia. Para una, lo fundamental son los votos, el poder de la mayoría; para la otra, la democracia debe basarse en el intercambio de ideas, el debate y la deliberación. ¿Cuál de esas versiones es la que veremos en este segundo proceso constitucional?
Seguiremos con atención su rumbo.