Sin agua se pierde no sólo la vida biológica. También la vida espiritual. Porque en la cultura mapuche, el agua pura tiene directa relación con el lenguaje. Más que para los vegetales, definía el destino de la vida humana en su relación con la capacidad de la palabra. Antiguamente el primer elemento que la güagüa tenía que recibir era un agua que el padre le bajaba desde la cordillera, desde unas lagunas muy inaccesibles formadas en los cráteres dormidos. Esas lagunas se llamaban karrapillan, “ciudad de los pillanes”, y sus aguas tenían un poder especial debido a la irradiación de los hombres notables que se convierten en pillanes; es decir, dominadores de una región del cosmos. La madre sabía que lo primero que toma el niño es lo que le forma las entrañas, le forma el alma, el “am”. Todos querían que su hijo fuera un gran orador, un gran “ngenpin”, y esa agua le dotaba de poder, de sabiduría e iluminación a la palabra del niño. Antes que eso, tenía que nacer en el agua; si nadaba hacia la orilla, a los remansos del río, era apto para vivir y se salvaba. Entonces el agua los probaba ya al inicio y después los capacitaba, si es que bebían de esas altas lagunas. La cultura mapuche asumía que el agua de nieve de las cascadas y de las neblinas era la más benéfica de todo las otras. Por tanto, había que beberla todos los días en un rito consagratorio del agua que ocurría al alba. Ese comunitario rito se llamaba “muñentún”, o el purificarse con el agua lustral de la madrugada, sobre todo con el agua de los saltos andinos.
Y finalmente el agua evalúa la vida de las personas. Cuando alguien fallece el alma es juzgada por la jueza divina de las aguas, una divinidad vieja que, personificada en una ballena, calibra a las almas frente a la isla Mocha, el lugar donde se sufre el juicio final. Es decir, si el alma se marea a lomo de esa ballena, cae al agua y queda embotada, y en la próxima vida tiene que repetir los mismos ciclos concéntricos como los remolinos de las aguas. Vida es mongen: “girar en círculos y tropezarse siempre con los mismos problemas”. Entonces el agua prueba, evalúa y calibra la calidad del alma. El lafken o mar está al oeste, es decir al lado de la noche, al lado de la muerte. Es responsable de esa sanción cósmica y ética llamada diluvio. Porque al mar lo posee un ngen o “espíritu” poderosísimo llamado Kay-Kay, el que rige los diluvios cuando la humanidad comete graves ofensas contra la naturaleza haciendo desbordar el mar. Se vuelve en el ente divino justiciero, que limpia cada tanto a la humanidad ribereña y del valle mediante maremotos y terremotos. Y estos vienen a remecer a las gentes que se han desviado, es decir que no quieren subir como guerreros el camino ascendente del pillán. Y es así en la cosmovisión mapuche: el mar calibra la calidad del alma de los muertos.
Una forma ritual de hacer llover cuando se enseñorea la sequía es meter un toro al raudal del río y allí hacerlo que brame. Esos mugidos poderosos misteriosamente despierten el ngen o espíritu de las lluvias. No en vano, en ese cerro sagrado llamado Cayumanque– es un antiguo Tren-Treng- existe la laguna “El Toro”. Y conozco la historia en que en pleno verano, a causa de una gritadera adolescente durante el baño, a los pocos minutos y advertidos de ello, provocaron una intensa lluvia en todo Quillón. Lo mismo pasa con las machis antiguas cuando querían hacer llover : ponían en una calabaza un cierto tipo de sapito y lo hacían gritar. Y no hay campesino antiguo que no sepa en Ñuble que la manera de evitar que un pozo se seque es cuidar la vida del cuidador de sus aguas : un sapo o rana. ¿El agua se retiró porque dejaron de cantar las ranas en las aguas de Chile?