Cuando éramos niños, nuestra madre solía lanzar una advertencia, ‘no estires la cuerda” que se va a cortar. En ese momento comprendíamos que había que dar un paso atrás y no seguir “ arrastrando el poncho” para utilizar otra expresión de aquellos años, de lo contrario el remedio podía ser peor que la enfermedad.
El resultado de la reciente elección presidencial y del parlamento finalmente no resultó del todo sorpresivo. Más bien pareció ser una consecuencia lógica de meses y meses de estirar la cuerda sin freno. Después del denominado estallido social vino el abrumador apoyo a la redacción de una nueva constitución. Muchos sacaron cuentas alegres y empezaron a afirmar que se iniciaba un nuevo ciclo, otros que había llegado la hora de refundar Chile, de hacer borrón y cuenta nueva y partir de cero, más allá se instaló un parlamentarismo de facto, otros pensaron que se podían cambiar la reglas del juego del acuerdo constitucional.
Los presos de la revuelta pasaron a ser pesos políticos y no pocos afirmaron que la nueva constitución era gracias a la violencia acompañada de saqueos y destrucción de bienes públicos y privados. Total una reelección o una buena recolección de votos bien valía una misa en París.
Las redes sociales por otra parte hacían su agosto. Que ocurrió, apareció un candidato que criticó, se opuso y condenó sin dobles lecturas los excesos de la revuelta y de la convención constitucional y ofreció en un lenguaje sin ambigüedades terminar con la delincuencia y la emigración ilegal. Dice dar garantías de terminar con estos excesos sin explicitar como ni menos garantizar el respeto a los derechos humanos. Es más públicamente trabajo por el rechazo. No tendría mayor relevancia si no fuera que hoy es una seria opción a ocupar la primera magistratura, poco parece importa a la gente que se trate de un ultraconservador. Apuntó con éxito a ese ser temeroso y que espira a la paz independiente de los costos, que subyace al interior de cada ser humano. Es lo que Erick Fromm describe magistralmente en el ensayo “ El miedo a la libertad”, en que analiza este tipo de conductas, que terminan por avalar y aceptar las dictaduras como el remedio a los males que producen temor.
Lo que ha ocurrido en los últimos días, en que ambas opciones parecen haber iniciado un viaje al centro, intentando controlar a algunos acólitos que insisten en estirar la cuerda y arrastrar el poncho, parece indicar que las conductas maximalistas no son las más aceptadas por los sectores medios. Los tiempos no están para cuentas alegres ni “gustitos” como los que parte de muestra sociedad se venían dando estos últimos tiempos. Por el contrario, parece que una amplia mayoría quiere cambios y transformaciones, pero no a cualquier precio, sino en paz y tolerancia. El pueblo somos todos, lo que piensan igual a uno y los que piensan distinto. El pueblo no es una abstracción en nombre del cual puedo estirar la cuerda y arrastrar el poncho a la democracia, porque finalmente el remedio puede ser peor que la enfermedad.