Señor Director:
10 de octubre, Día Internacional de la Salud Mental, fecha para reflexionar sobre la importancia de cuidar nuestro bienestar, desestigmatizar los problemas asociados y mejorar el acceso a la atención. En Chile, cerca de dos millones de los adultos presenta síntomas de depresión y es solo un problema de salud mental. Sin embargo, la forma en que abordamos estos problemas fragmenta la realidad: niñez o adultez, lo biológico o lo mental, la vida o el trabajo. Esta última separación resulta especialmente nociva, como si el trabajo no fuese parte de nuestra existencia.
El trabajo es un eje estructurante de la vida adulta. No solo ordena rutinas y proyectos, sino que también permea —por transferencia y contagio— otras áreas de la vida propia y de quienes nos rodean. Así, cualquier intervención en el ámbito laboral no se limita a una empresa, sino que constituye una política pública integral. La mitad de la población mundial trabaja, y ese hecho nos recuerda que los espacios laborales deben velar no solo por condiciones seguras, sino también por una cultura de cuidado que distinga entre un problema de salud mental y las tensiones inherentes a la vida cotidiana.
Es crucial que en tiempos de elecciones quienes aspiran a la presidencia se comprometan con el mundo del trabajo y sus condiciones, pues toda mejora en este ámbito tendrá un impacto directo en la salud mental de la sociedad.
Hablar de salud mental sin hablar de condiciones de trabajo es una evasión política y un autoengaño social. Mientras no se asuma que la salud en el trabajo es un asunto de Estado y una tarea compartida por empresas, gobiernos y ciudadanos, seguiremos multiplicando diagnósticos sin transformar realidades. La salud mental no se juega solo en la consulta médica: se define cada día en el lugar de trabajo. Ignorarlo es condenar a la sociedad a vivir enferma. Insistir en esa omisión es aceptar que la productividad vale más que la vida.
Rodol fo Mendoza Llanos
