Hoy es el cuarto Domingo de Pascua, día del Buen Pastor y de oración por las vocaciones. Ocasión especial para pedir nuevos sacerdotes para la Iglesia.
Casi todo juega en contra actualmente para proponer el camino del sacerdocio: Una imagen deteriorada de este ministerio, debido a los abusos que han cometido no pocos sacerdotes; una sociedad donde la fe y la Iglesia pierden relevancia; una distancia de los jóvenes respecto de la religión; la exigencia del celibato, en una cultura que no comprende o no comparte la renuncia al ejercicio de la sexualidad. Y, sin embargo, desde la Iglesia seguimos proponiéndolo como un camino de servicio a Dios y a los hermanos, pidiendo al Señor que envíe más obreros a sus mies.
La Iglesia necesita de los sacerdotes, no para que la institución sobreviva, sino para predicar el Evangelio: ella existe para evangelizar, y los sacerdotes son agentes indispensables en esta misión. Los necesita para presidir la eucaristía, en torno a la cual la comunidad se reúne y se renueva: ¡es impensable una Iglesia sin eucaristía!
Los necesita para hacer presente el perdón y el consuelo de Dios mediante los sacramentos de la reconciliación y la unción de los enfermos. Los necesita para guiar y conducir a la comunidad eclesial, a ejemplo del Buen Pastor, y animarla en su testimonio y misión. Los necesita como colaboradores del obispo, a quien de modo singular se encarga el pastoreo de una Iglesia local o Diócesis. Por muy cuestionadas que estén las mediaciones religiosas, el ministerio sacerdotal es un servicio fundamental para la vida sacramental y pastoral de los fieles. No es el único ministerio de la Iglesia, pero sí uno determinante para su existencia y misión.
Esta necesidad del sacerdocio no nos hace olvidar la importancia de renovar y corregir muchos aspectos de su ejercicio concreto. Hay que desterrar, por supuesto, cualquier atisbo de abuso sexual, de poder y de conciencia. Hay que seguir luchando contra el clericalismo y fomentando la corresponsabilidad de todos los bautizados. El sacerdocio ministerial debe comprenderse en relación y al servicio del sacerdocio común de los fieles, para que todos puedan ofrecer un culto agradable al Señor con su fe y sus acciones.
Posiblemente se siga discutiendo en los años venideros la vinculación del sacerdocio con el celibato, no en el sentido de hacer desaparecer el celibato, que es un don que el Señor hace a su Iglesia, sino en cuanto a plantearse la posibilidad de que, junto a los sacerdotes célibes, existan también varones maduros casados que puedan recibir el sacerdocio. Es algo que se debe seguir discerniendo, sabiendo que sacerdocio y celibato son realidades que no tienen por qué ir siempre juntas.
Nada de esto será posible si la Iglesia no es más sinodal y si los fieles no nos comprendemos caminando juntos, responsables de la vida y la misión del pueblo de Dios. Una iglesia con mayor comunión y participación, más laical en la asunción de sus responsabilidades, no tiene como fin que desaparezca el ministerio sacerdotal, lo que sería terrible, sino que junto a los sacerdotes haya muchos otros ministerios que la enriquezcan y la hagan fecunda en su misión.
¡Envíanos, Señor, pastores según tu corazón! Te lo pedimos con humildad y confianza.