El parque automotor de Chillán ha crecido sostenidamente y ya se empina por sobre los 57 mil vehículos, a los que se suma un número indeterminado, pero no menor, de personas y automóviles provenientes de otras comunas de la provincia. Coyunturalmente y como todos saben, la ciudad tiene un déficit de áreas verdes y por otra parte, su trama vial requiere ser intervenida en diferentes puntos, a fin de facilitar la movilidad de sus habitantes.
De la misma forma, la contaminación del aire sigue siendo un tema central, y la excesiva concentración de guetos sociales es un asunto preocupante. El sector sur oriente, de hecho, es un caso de estudio de la vulnerabilidad social acentuada por una mala planificación residencial.
No cabe duda que nos encontramos ante una problemática mayor, no solo en lo inmediato, que es respecto de lo que hay bastante conciencia, sino que considerando el desarrollo de la comuna en los próximos 20 o 40 años. Se han perdido décadas porque no ha existido una visión compartida de hacia dónde debe ir la ciudad, que se convirtió en capital regional en 2018, un requisito primario para aspirar a una acción bien coordinada y planificada entre el gobierno local, los ministerios y sus secretarías regionales y entre éstos y el sector privado.
Es de esperar que las autoridades electas muestren interés en este tema que no es muy visible ni cosecha votos, pero que es clave para la gestión de las autoridades con los privados, que ha sido precisamente en las últimas dos décadas uno de los aspectos deficientes en la gestión urbana local, y en la medida que no se corrija será una piedra de tope para el futuro de Chillán.
Se requiere un trabajo conjunto, que desde el punto de vista de la gestión pública y administración territorial debe ser visto como una política de largo plazo, pues en caso contrario los proyectos que hoy se ejecuten pueden quedar pronto obsoletos, lo que obligaría a realizar nuevas obras y a la larga mayores costos, no solo económicos, sino que sociales.
Para una ciudad que estuvo 20 años con un Plan Regulador obsoleto y lleva otros 6 con un instrumento que corrió la misma suerte, quizá sea mucho pedir explorar nuevas fórmulas de gestión urbana, pero desde estas páginas -cada vez que se renueven los representantes de la comunidad- no dejaremos de alentar un debate político, técnico y social que mejore sustancialmente la urbanización que se ha practicado en Chillán, ya que su modelo -si es que realmente hay uno- ha sido claramente deficiente en términos de sostenibilidad económica, social y ambiental.
No es casualidad que la ciudadanía reclame una nueva agenda urbana, donde el espacio público ocupa un papel central.
Como puede apreciarse, Chillán está ante una gran disyuntiva en materia de desarrollo urbano: o apuesta por políticas de largo plazo, o implementa soluciones que si bien pueden mejorar la situación actual, dentro de 5 o 10 años aparecerán nuevamente como un problema. Bien lo sabemos, una mala planificación -o peor que eso, su ausencia- puede dañar irremediablemente elementos positivos y a veces muy frágiles de una ciudad a escala humana, como la nuestra.