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Responsabilidad política

Chile es un país con un comportamiento bastante extraño, en comparación con sus vecinos de la región. Está sano económicamente, pero paulatinamente aumenta la pobreza y la crisis de representatividad política, y la vida para las personas “comunes y corrientes” es muy dura.

Llevamos una década siendo parte del selecto grupo de los países ricos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), pero somos también los campeones de la desigualdad entre el listado de países que la conforman, según una contundente y reciente estadística de dicha organización, que disipa la hipótesis de que los beneficios del crecimiento económico automáticamente se “chorrean” a los más desfavorecidos.

En Chile, el 10% más rico de la población tiene ingresos 37 veces más altos que el 10% más pobre. La cifra escandaliza, pero no es sorpresa. Si bien Chile pasó de tener un ingreso per cápita de 4.500 dólares en la década de los 80, a 13.793 en 2017, la desigualdad se ha mantenido constante hace por lo menos cuatro décadas. Esta desigualdad parece ser estructural, no explicándose exclusivamente por los vaivenes de la economía.

Por otra parte, la última versión de la Encuesta Auditoría a la Democracia -estudio que entrega evidencia sobre procesos y cambios de largo plazo en materia de percepciones relativas a la política, el funcionamiento del régimen democrático y la relación entre ciudadanía y sus representantes- muestra resultados dramáticos. Nueve de cada 10 chilenos considera que tanto el Congreso como las colectividades políticas, realizan muy mal o mal la función de representar los intereses de los ciudadanos.

Tal cifra corrobora las conclusiones del anterior informe del PNUD, en relación a que el país enfrenta un problema de carácter estructural desde hace ya más de una década. En consecuencia, el descontento de la ciudadanía con el funcionamiento del sistema político y sus instituciones ha sido paulatino más que repentino.

Es clara e indudable la responsabilidad en esta mala imagen de los políticos que nos han venido gobernando desde hace décadas. Sin embargo, hay que tener cuidado con la tendencia a la sobre simplificación y cargar toda la responsabilidad de lo bueno o malo que pase a los políticos.

¿Asumimos también nuestro grado de responsabilidad por las cuestiones públicas? ¿Son nuestras conductas tan distintas de la de los políticos que tanto criticamos? ¿Somos conscientes de nuestro rol en la sociedad?

Al responder estas preguntas, probablemente se llegue a la conclusión de que los políticos son la imagen que el espejo nos devuelve, que el político no es el único responsable de nuestros pesares, que la pobreza de la política es equivalente a la pobreza de nuestras acciones y que un primer desafío es reconocer nuestro grado de corresponsabilidad. 

Para terminar con este círculo de desilusión se debe iniciar una nueva cultura política basada en la humildad, la tolerancia y el coraje para enfrentar los cambios necesarios. Y para que esto sea posible es imprescindible que los ciudadanos maduren y asuman que la política les pertenece, que son su razón de ser y los destinatarios finales de todos sus anhelos.

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