“Una Nación en riesgo: el imperativo de la reforma educativa”. Ese fue el punzante título de un valioso documento que publicó la Comisión Nacional de Excelencia en Educación de Estados Unidos en 1983, durante el gobierno del presidente Reagan. Dicho documento concitó el compromiso del amplio espectro político en lo concerniente a la crisis educativa que a esa fecha estaba enfrentando ese país. Al mismo tiempo, planteó una serie de recomendaciones prácticas pensando en la urgente recuperación del nivel educativo ante el creciente buen desempeño de países europeos y asiáticos.
Al respecto, me parece interesante revisar algunos de las observaciones autocríticas que reconoce el informe, porque es algo bien parecido al empedrado sobre el que nuestro sistema educativo lleva transitando por más de dos décadas continuas.
“Si una potencia extranjera hostil hubiera intentado imponer a Estados Unidos el desempeño educativo mediocre que existe hoy, bien podríamos haberlo visto como un acto de guerra. Tal como está, hemos permitido que esto nos suceda a nosotros mismos”. A ello la Comisión agregó que esa Nación y economía del primer mundo parece haber “perdido de vista los propósitos básicos de la escolarización y las altas expectativas y el esfuerzo disciplinado necesarios para alcanzarlos”. De esta forma, remarca el documento, en Estados Unidos se estaría incumpliendo aquella promesa fundacional en cuanto a que “todos, independientemente de su raza, clase o condición económica, tienen derecho a una oportunidad justa y a las herramientas para desarrollar al máximo sus facultades mentales y espirituales individuales”.
Ahora bien, ¿cuál será la razón por la que nuestras autoridades no vean hoy, un peligro similar al que advirtieron en el país del norte hace más de 30 años? En Chile hace mucho tiempo que la calidad educativa se encuentra en situación de crisis. Da cuenta de ello la enorme cantidad de analfabetos funcionales, la gran deserción escolar y de estudios superiores, los magros resultados en pruebas internacionales, la defectuosa legislación de las últimas reformas educativas, el interés político por debilitar las humanidades, y un largo etcétera.
Como Chile inicia un tiempo de definiciones políticas profundas, es oportuno que se aborde con honestidad el desafío de que los párvulos, niños y jóvenes encuentren oportunidades ciertas en cuanto a que puedan cultivar y desplegar, todas sus potencialidades en los centros educacionales.
En concreto, el sistema escolar en Chile tendría que proveer las condiciones para que cada joven forje en forma suficiente, cinco dimensiones sustantivas para una vida buena. Valoración de la cultura propia y conocimiento respetuoso de la externa; una estable mentalidad de crecimiento; una perspectiva ética que les impulse al ejercicio de virtudes en pro de contribuir colaborativa y solidariamente en el bien común; cultivo de una actitud autónoma para ser responsables económicamente; y la capacidad de reconocer su propia originalidad interior para desde allí, abrirse a relaciones nutritivas con los demás.