Remodelación de la Plaza de Armas: “Si algo funciona, no hay que tocarlo”

En el marco de la conmemoración de los 100 años del Consejo de Monumentos Nacionales, se desarrolló esta semana en Chillán un seminario organizado por el Servicio Regional del Patrimonio, encabezado por el arquitecto Claudio Martínez. Entre los expositores estuvo Sebastián Gray, arquitecto de la Universidad Católica de Chile y Master of Science in Architecture Studies del MIT, conocido por su mirada crítica sobre las ciudades y su admiración por la arquitectura moderna surgida tras el terremoto de 1939.
Durante su paso por la capital de Ñuble, conversó con La Discusión sobre su vínculo con Chillán, su arquitectura única y los riesgos que enfrenta frente a un desarrollo urbano que, a su juicio, muchas veces desconoce el valor de lo existente.
¿Cómo recibe la invitación a participar en este seminario en el marco del centenario del Consejo de Monumentos Nacionales?
Muy agradecido, sin duda, por dos razones. Primero, porque me sumo con mucho gusto a la celebración de los cien años de esta institucionalidad que ha permitido proteger parte importante de nuestro patrimonio. Y segundo, porque tengo un interés antiguo y profundo con respecto a la ciudad de Chillán. La he visitado varias veces por razones académicas, he sido recibido por sus autoridades y siempre la he considerado una de las ciudades más interesantes de Chile. Representa una voluntad del Estado de hacer buenas ciudades en un momento clave del desarrollo nacional, y el resultado fue realmente extraordinario. A pesar de todas las presiones, Chillán mantiene una integridad urbana y una identidad colectiva que debemos preservar y promover.
¿Qué es lo que más le llama la atención de Chillán?
Lo que me fascina es su carácter urbano, su coherencia. Chillán responde a un momento histórico muy especial: el de la reconstrucción tras el terremoto de 1939, cuando el país apostó por una visión moderna del urbanismo. Es una ciudad que materializa esa etapa de la historia republicana y del pensamiento arquitectónico. Su trazado, sus edificios y su escala conforman un paisaje urbano con identidad propia, algo cada vez más escaso. Además, hay un componente cultural muy valioso, como la tradición muralista. No se trata solo de los murales de la Escuela México, sino de muchos otros que existen en distintos puntos de la ciudad. El esfuerzo por rescatar el mural perdido de la Municipalidad, por ejemplo, habla de una comunidad que se reconoce en su patrimonio.
¿Cómo observa el desarrollo urbano actual y los cambios que ha vivido el centro de Chillán?
He sido crítico de las últimas etapas del desarrollo urbano. Me parece que algunas decisiones son completamente extemporáneas. Seguimos pensando el crecimiento con una lógica del siglo XX, basada en la reposición y reemplazo total. Hoy, las ciudades más avanzadas del mundo están pensando en la reutilización, la revalorización de lo existente. Eso no significa estancamiento, sino un desarrollo más inteligente, que entiende que los elementos constitutivos de identidad (edificios, espacios públicos, memoria colectiva) pueden y deben convertirse en motores del desarrollo. Estamos dando ese giro lentamente, pero todavía falta entender que el progreso no puede medirse solo en metros cuadrados construidos, sino también en la calidad y continuidad de la vida urbana.
¿Y qué opinión tiene sobre el actual plan regulador y las decisiones que se están tomando?
Creo que el plan regulador vigente debe revisarse y corregirse. Hay que detener aquello que está produciendo un daño al tejido urbano y al paisaje arquitectónico de la ciudad. Pero eso requiere voluntad política y consenso. No basta con identificar los problemas; hay que acordar una visión compartida del futuro urbano de Chillán. El desarrollo no puede seguir dictado únicamente por los intereses inmobiliarios o por una lógica de mercado.
En ese sentido, ¿qué le parece el proyecto de remodelación de la Plaza de Armas?
Creo que la plaza no hay que tocarla. Hay un dicho inglés que me gusta mucho: Si algo funciona, no lo toque. Y la plaza de Chillán funciona. Está viva, es el corazón cívico y simbólico de la ciudad. Fue hospital, centro de ayuda y refugio tras el terremoto del 39; tiene una carga emocional y una memoria colectiva muy fuerte. Cada intento por modificarla genera resistencia porque es parte de la identidad chillaneja. No se trata de conservadurismo, sino de reconocer el valor de lo que ya está bien. Si hay que intervenir, que sea solo para restaurar lo que se ha dañado, no para cambiar por cambiar. La plaza funciona perfectamente y eso hay que respetarlo. Cuando algo es bueno, no hay que tocarlo.