El desabastecimiento mundial y chileno nos amenaza profundamente. Por lo que llegó la hora de lo local. Postpandemia, el trabajo en común con los cercanos, la minga, es preciso que se vuelva cada más en artesanal y orgánico, enfocándose en correspondencia con el trabajo interior individual, y como ocasión para el aprendizaje del alma y el avance de la vida espiritual. Pero en paralelo, debemos avanzar en la descolonización productiva y la autonomía alimentaria.
Recuperar el espíritu organizativo del cooperativismo común y típico de los otrora llamados “pueblos de indios” (que exportaban hasta violines a Europa), aquella iniciativa colonial de los jesuitas donde se combinaba una exitosísima asociatividad productiva, manufacturero-artesanal y cooperativa con intensa mística religiosa reforzadora de valores trascendentes. Fue, por ejemplo, el caso de la hacienda Cato en Coihueco y la manufactura de arte orfebre en Calera de Tango (1760). El paternalismo asimilacionista o integracionista, postura propia del desarrollismo de Estado, absolutiza sus propios modelos de desarrollo y los tiende a identificar con el mero crecimiento económico centralizado. Legitimidad de apoyar la construcción de un tipo de modelo constitucional plurinacional, que reconozca la diversidad de las primeras naciones, que no quieren se regidas según valores eurocentristas occidentales o propios del capitalismo liberal y de su antinatural sistema financiero.
Como nunca se precisa el gobierno autónomo de la eco-comuna. Transformar los municipios, empezando por las comunas rurales de las regiones más agrícolas como la nuestra, en eco-comunas [o en etno-eco-comunas dado el caso], con autogestión productiva y territorial, haciéndose cargo de la fuerte demanda de descentralización territorial de las comunidades con cosmovisiones o credos diferentes. Porque antes de España, América fue un abigarrado mosaico de ritualidades nativas. Requerirá fuerte capacitación en autosustentabilidad para la autonomía cultural, económica-financiera, autonomía energética, autonomía en transporte, en educación, etc. Se visualiza oportuno adoptar y adaptar el modelo sueco de los eco-municipios y el modelo de Inglaterra de los Transition Towns, los pueblos de transición, que incluso tienen hasta sus propios medios de pagos, avanzando sin bancos a una moneda propia. Los ciudadanos más sabios transformarlos en consejeros o concejales de las Comunas, conformando todos ellos un equipo asesor comunal junto a un alcalde coordinador y que encarne la mejor sabiduría del lugar. En síntesis, se trata de hacer avanzar la autosustentabilidad política del ecologismo de comuna en comuna. Y para ello, el movimiento ambiental, haciéndose transversal a todos los partidos, tiene que impulsar una revolución verde y cultural insólita. Lujosa pobreza podría ser su nombre en clave: austeridad energética y material como prerrequisito para experimentar nuevas formas de abundancia, políticamente ilusionantes.
Todo ello avanzando a pequeña escala, hacia el número crítico, a escala humana, desde lo local y con una paralela y muy activa práctica para el despertar de la conciencia, particularmente en las familias, las escuelas y en las agrupaciones de prácticas cívicas. Con infinita paciencia, cada uno junto con otro -que también debe volverse un activo “cada uno”- ir creando islotes de comprensión y ganándole día con día a los involutivos intereses uniformadores del llamado “lado obscuro de la Fuerza”, vulnerando y rescatando porciones al gran océano orwelliano de ceguera y egoísmo que todo lo rodea. Porque tengamos la edad que tengamos, vivamos en el lugar que vivamos para todos, en esta noche polipandémica, sólo hay de dos sopas para la cena: o avanzar con sereno asombro re-construyendo éticamente la esperanza de la madre Tierra, o bien retroceder quejándonos, amargos de neurotismo violento, apatía vergonzante, rabia y cinismo nihilista: “Aquel que no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo”, cantaba Bob Dylan.