Señor Director:
Las tensiones entre los poderes del Estado no son ajenas a una democracia. En sistemas con pesos y contrapesos, es normal que haya momentos de tensión que escapen de cierta “normalidad”. Lo preocupante, sin embargo, es cuanto las tensiones pasan a ser la generalidad de la relación entre poderes, algo que hemos observado con cada vez mayor regularidad en nuestro país, particularmente en los conflictos entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, y entre el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional.
El último capítulo en las actuales tensiones es que en el reciente cambio de gabinete el Presidente de la República se vio forzado a sacar a figuras de ambas cámaras del Congreso para reforzar su alicaído gobierno, una práctica más propia de regímenes parlamentarios que de presidenciales. Históricamente en nuestro país ha primado el presidencialismo, sin embargo, con la imposición de la actual Constitución se borró parte de nuestra tradición constitucional, estableciendo un régimen con un exacerbado poder presidencial, lo que se ha denominado hiperpresidencialismo, una suerte de “cuasi monarquía electiva”.
El problema de este régimen radica en no reflejar adecuadamente la realidad nacional, canalizando mal los eventuales conflictos entre poderes y con una pobre mirada a lo que ocurre fuera de Santiago. Es por ello por lo que, ante un régimen presidencialista que no da para más, el proceso constituyente abre una inigualable oportunidad para discutir cual es el régimen de gobierno que más se adecúa a nuestro país, abriendo la posibilidad a dialogar y determinar democráticamente qué régimen de gobierno es el mejor para Chile, explorando alternativas como el semi presidencialismo.
Para esto, es imprescindible el triunfo de las opciones Apruebo y Convención Constitucional en el Plebiscito Nacional del próximo 25 de octubre.
Gonzalo Guajardo Gavilán
