El catastro desarrollado por el Ministerio de Agricultura reveló el fuerte impacto que han tenido los incendios forestales en la actividad ganadera en la región de Ñuble. Según los datos oficiales actualizados al 28 de febrero, en la región se vieron afectadas 342 hectáreas de producción forrajera, principalmente de pequeños productores. Además, se consignó la muerte de 8.613 animales, incluyendo 8.333 aves de corral, 98 vacunos, 59 ovejas y 48 cerdos, entre otros. Asimismo, se identificaron 13.047 animales con necesidades de alimentación.
En la ganadería bovina, rubro que viene enfrentando severas dificultades en las últimas décadas, si bien el número de animales muertos no supera el centenar, los incendios representan un duro golpe para los productores, quienes, además, deben enfrentar otras dificultades, como el aumento de los costos, la sequía, la competencia de la carne importada y la competencia por el uso del suelo.
La ausencia de una política de Estado que apunte al fortalecimiento de este rubro estratégico para la seguridad alimentaria ha contribuido enormemente a la sostenida caída del número de cabezas en los últimos treinta años. De hecho, el Censo Agropecuario 2021 mostró una reducción de 31% en comparación con el Censo de 2007.
La falta de incentivos para la retención de vientres asoma como uno de los factores determinantes de esta caída sostenida. Como se recordará, durante la pandemia los precios de los alimentos crecieron en mayor medida que el resto de los bienes, y la carne de vacuno no fue la excepción, lo que motivó a muchos productores a vender sus vaquillas para aprovechar los buenos precios, lo que, en la práctica, significó reducir el número de vientres, y en consecuencia, reducir el potencial de crecimiento de la masa ganadera. Esta alza de precios, tanto a nivel nacional como internacional, también favoreció la exportación de vacas vivas.
Lo esperable hubiese sido que los mejores precios que se registraron durante la pandemia también hubiesen incentivado el desarrollo de inversiones en tecnología e infraestructura y así continuar emprendiendo para mejorar la rentabilidad del sector en forma permanente. Pero el trasfondo es que este interés por aprovechar los buenos precios fue, para un buen número de productores, una oportunidad para salirse de un negocio que ya no les da confianza, y concentrarse en actividades que generen mayores retornos, como los frutales.
Desde la perspectiva de los ganaderos, en los gobiernos durante los últimos años no ha existido un verdadero interés por potenciar este sector, lo que se enmarca en el problema del abandono rural y de la agricultura y también en un contexto de libre comercio que se ha profundizado con los acuerdos comerciales suscritos con potencias ganaderas.
El sector posee un importante potencial de crecimiento, basado en un privilegiado patrimonio zoosanitario, mejoramiento de la producción de praderas, la existencia de tecnologías y sistemas de producción de alta eficiencia, con una cadena productiva que comienza a trabajar en forma articulada y una importante capacidad empresarial.
Es el momento de tomar decisiones estratégicas en este sector, que ayuden a promover la retención de vientres y aprovechar las oportunidades que abren los mercados externos para la carne bovina y recuperar la senda que en algún momento se perdió.