Señor Director:
En medio del Renacimiento y la Revolución Científica, en donde el hombre, a través del método y la duda cartesiana, comenzó con vértigo inédito a hacerse de las distintas verdades que lo rodeaban, ascendiendo a la cúspide del saber con señorial arrogancia, un filósofo cuyo nombre era Blaise Pascal, buscando atemperar esta idea de tener todo resuelto, decía que el hombre se encontraba entre 2 abismos insondables que lo volvían insignificante: el del universo enorme e inobservable del espacio exterior y el de las minúsculas partículas que no podíamos advertir.
Además, frente al transcurso del tiempo, planteaba que se daba la cruel paradoja de que, evocando el pasado y proyectando el futuro, el presente se nos diluía y lo perdíamos, lo que sumado a que el comienzo era tan lejano y el fin no se sabía cuándo llegaría, nuestro paso por esta vida era, a lo menos, efímero.
Desde que llegó la Covid-19 a nuestras vidas, nos hemos enfrentado a estos abismos que nos planteaba Pascal de forma dura: Lo que ocurre en nuestro mundo, para el universo, es irrelevante.
Este virus nos ha vuelto a situar, como humanidad, en nuestra real dimensión: a pesar de nuestra arrogancia y de los inmensos avances técnicos y científicos, seguimos siendo, para el universo, el último segundo, del último minuto, del último día del año. Es bueno no perder la perspectiva de lo que somos, sobre todo, para que lo nuevo que venga sea construido sobre cimientos sólidos y no sobre ideas irreales y voluntarismos forzados.
Nicolás Hauri
Abogado