Con bastante optimismo, el Gobierno recibió la noticia ayer de que el cobre superó la barrera de los 4 dólares la libra, al alcanzar los US$4,11, un valor que no se veía desde septiembre de 2011.
El alza sostenida que se viene observando en los últimos meses se explica en parte por la reactivación económica que se proyecta para las grandes economías, como China, que ya la está experimentando, lo que se vincula a las expectativas sobre la vacunación; pero hay también fundamentos de largo plazo, como la demanda que se espera por el cobre en sectores esenciales como las energías renovables y la electromovilidad.
Según Cochilco, el alza del cobre forma parte de un aumento en los precios de las materias primas a nivel mundial, y agrega otros factores, como las expectativas de recuperación de la demanda global, un panorama de oferta ajustado y menores inventarios, un dólar con tendencia a la baja, perspectivas de aumento en la inflación futura y apuestas especulativas, vinculadas a la promesa de que el cobre es un componente crucial en la generación de energías verdes.
Y no hay ninguna señal que indique que este aumento se vaya a detener, incluso algunos entusiastas plantean que el precio podría llegar a los 5 dólares, superando ampliamente el máximo histórico de US$4,6 registrado en 2011.
En el caso del banco de inversión Citi, las proyecciones apuntan a un promedio de US$4 la libra para 2021 y también para 2022. Es por ello que no pocos plantean que podría tratarse de un nuevo “súper ciclo” minero, como el de 2003-2011.
Esta alza es una muy buena noticia para el país, en primer lugar, porque representa un flujo de ingresos no previstos para el Fisco. El Presupuesto 2021 se elaboró sobre un supuesto de precio del cobre promedio anual de US$2,88, y se calcula que el Fisco percibe US$22 millones anuales por cada centavo adicional.
Por ello, un nuevo boom de precios sería una solución casi mágica para volver a llenar los fondos soberanos, reducir la deuda y darle solidez a unas estresadas arcas fiscales, luego de un año complejo, con desembolsos no previstos asociados a la crisis sanitaria y una menor recaudación tributaria por la desaceleración económica.
Según el biministro de Minería y Energía, Juan Carlos Jobet, el alza “pone a Chile en una posición única de oportunidad para seguir desarrollando el sector minero, aumentar la capacidad de producción y así atender esta alza esperada de la demanda”.
Lo anterior debe invitarnos a reflexionar como país sobre el rol que cumple el cobre como el llamado “sueldo de Chile”, volver a discutir si queremos ser meros productores de la materia prima, o si aspiramos a agregarle valor, ya sea como fabricantes de manufacturas o de soluciones tecnológicas vinculadas a las energías verdes.
En cuanto a los ingresos para el fisco, está latente la tentación de aumentar el gasto, lo que significaría romper la regla fiscal, que establece que en la medida que el alza del cobre sea transitorio, se ahorra; y si es permanente, entonces se puede aumentar el espacio de gasto. En este tema, donde ya no existe el mismo consenso de hace unos años, se corre el riesgo de gastar, cuando lo que el país necesita con urgencia es invertir en el futuro.