No hay país en el mundo que hoy no le otorgue gran importancia a preservar expresiones de relevancia simbólica y espiritual para las personas y pueblos que comparten un territorio. Es una cuestión de identidad que se enlaza con el capital social de las comunidades y tiene derivadas socioeconómicas que hoy en día van mucho más allá del arte y la cultura.
Para Ñuble, por ejemplo, es un componente de máxima relevancia. Lo fue para convertirse en Región y hoy lo es para construir una marca que distinga a nuestra producción agroalimentaria y atraiga inversiones.
Por eso cuesta entender lo que ocurre con las alfareras de Quinchamalí, una expresión cultural viva de gran significancia para el país y la Región, que se ve amenazada con la desaparición de lo más esencial para cualquier artesanía: los materiales para su creación; en este caso la greda y la tierra amarilla que vienen utilizando hace siglos, y que por lo mismo son parte de su alto valor patrimonial.
El mismo valor que el principal organismo mundial dedicado a la cultura le reconoció a fines del año pasado, al inscribir a la Alfarería de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca en la Lista de Salvaguardia Urgente de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco.
Ese hito no solo reconoció a nivel mundial a todas las generaciones de mujeres que han transmitido su saber y que han permitido que esta valiosa alfarería de Ñuble haya permanecido presente en la historia nacional por más de 200 años, sino también marcó un compromiso del Estado de Chile ante la Unesco de implementar las acciones necesarias para su salvaguardia.
Y eso es lo que reclaman las alfareras, que ayer protestaron frente a los edificios públicos: la falta de certezas no solo ante la inminente venta del predio donde obtienen la greda, sino también frente a otros aspectos que son relevantes, tanto para la transmisión de este saber ancestral, como para el bienestar y calidad de vida de las propias loceras. Incluso enviaron una carta al Presidente de la República, donde exponen otras aflicciones, como el incumplimiento de compromisos adquiridos tras los incendios del verano y la desprotección del sello de origen.
Ñuble sigue con atención lo que ocurre con Quinchamalí y no solo por su relevancia cultural, ya que muchos de los problemas que enfrentan a diario las artesanas de la greda son compartidos por otras manifestaciones tradicionales y por otras localidades rurales. Dificultades de acceso a servicios básicos como salud, educación, transporte y conectividad digital, así como también la pobreza, la falta de empleos y de oportunidades y la destrucción de los ecosistemas, finalmente redunda en una fuerte migración hacia las ciudades y en una larga agonía -cuando no la muerte- de decenas de villorrios y de sus prácticas ancestrales.
Por ello, salvar el patrimonio cultural de Quinchamalí es una tarea que va más allá de un Ministerio, sino que requiere de esfuerzos mancomunados que reviertan el incierto futuro de las y los habitantes de esta localidad, de manera que este valioso legado no desaparezca con sus cultoras, sino que siga viviendo en las futuras generaciones.