Señor Director:
Los impuestos incentivan la acción, no solo la recaudación. Me llama la atención que en la discusión sobre los tributos a los combustibles no se considere una obviedad como ésta, especialmente tomando en cuenta el efecto que tiene en la economía: a menos impuesto, disminuye el precio, y aumenta el consumo atrayendo fuentes alternativas.
Si se baja el impuesto al diésel, la caída de su precio llevará a que salgan más autos petroleros a la calle y a que más personas opten por estos vehículos, lo que provocará un alza en la toxicidad medioambiental que ya produce la flota automotriz, pues el diésel es más contaminante que la bencina. Además, reducirá la recaudación fiscal por este concepto, que hoy es casi un punto del PIB.
Incluso hay argumentos que apuntan a que más bien debiese subirse. De partida, el gravamen aplicado en Chile a los combustibles -US$ 0,42/litro de base para bencina y US$ 0,1/litro de base para el petróleo, más un componente variable mínimo- es de los más bajos de la OCDE. Con ello, se tienen tasas que no cubren los costos sociales y medioambientales ligados al uso de combustibles fósiles.
Por otra parte, si se considera lo inferior que es el gravamen del diésel respecto al de la bencina -lo que se suma al reintegro del impuesto en sectores como la minería y el transporte de carga-, se da un beneficio a los usuarios de la tecnología diésel que carece de fundamento, es discriminatorio y perjudicial para el entorno.
Cabe decir que, si se elimina la reintegración del impuesto al diésel para empresas y se duplica su valor de base para que capture de mejor manera los costos sociales asociados al diésel, la mayor recaudación sería de US$ 688 millones anuales. ¿En qué estarán pensando los promotores de una rebaja al impuesto al diésel? Es perder por todos lados.
Francisca Dussaillant
Investigadora asociada de Horizontal