Además de la efeméride, que recuerda con un día feriado que Chile es un país independiente desde 1818 (aunque la fecha haga mención al 18 de septiembre de 1810), vale la pena preguntarse ¿por qué celebrar las Fiestas Patrias?
Históricamente ligadas con las Glorias del Ejército, debido a la construcción del Estado-Nación en base a guerras ganadas, las Fiestas Patrias también constituyen un rito necesario para una cultura como la chilena en un mundo globalizado, que requiere aglutinarse e identificarse en torno a íconos propios, como contraparte a la permeabilidad de la sociedad nacional frente a la influencia extranjera. Y es que Chile, como país pluriétnico y con múltiples identidades, ha logrado forjar una cultura nacional caracterizada precisamente por esa diversidad, pero a la vez, por un desarrollo histórico político y social común, distinto al de sus vecinos, debido quizás, a su aislamiento geográfico, como también a la conformación de su población.
Pero volviendo a la pregunta respecto de si hay razones para celebrar estas fiestas o sólo es un pretexto para disponer de días libres, conviene echar un vistazo a lo que los chilenos han construido en 210 años de vida independiente.
En primer lugar, el país ha logrado definir claramente sus fronteras geográficas con sus países vecinos, aunque cada tiempo hay episodios controversiales, como hoy nos ocurre con Argentina, por 5.500 kilómetros cuadrados de la plataforma marina austral. De igual forma, el país ha logrado mantener la paz por más de 100 años.
En lo político, Chile superó un tenso período de agitación política y social generado en los años setenta y que se extendió por dos décadas, primero con un errático gobierno de orientación socialista y luego una cruenta dictadura militar apoyada por civiles, para dar paso a una imperfecta, pero estable y legítima, transición a la democracia.
Alcanzado ese mínimo de estabilidad política e institucional, Chile hoy intenta superar otros grandes desafíos, como es cambiar la Constitución originada en la dictadura de Pinochet y desde ahí cambiar diferentes aspectos de la vida nacional. Dato no menor es que somos el país más desigual de la OCDE y uno de los 5 más desiguales del mundo.
Con razón se puede decir que el país no está bien, que tiene uno de los peores indicadores de distribución del ingreso en el mundo y que el 1% de la población concentra el 35% de toda la riqueza del país, pero cuando se compara el avance alcanzado por la sociedad en diversas áreas respecto de lo que se tenía cuando fue derrotada la dictadura, o respecto de la realidad latinoamericana reciente, se observa que el país ha hecho bien la tarea en algunos aspectos. Hoy, por ejemplo, pese a la pandemia, Chile registra un ingreso per cápita de US$25.702 (el mayor de la región) y una inflación controlada.
Esto es solo un ejemplo de aquellas estadísticas en las que el país destaca, pero los chilenos saben que hay muchas tareas pendientes, como la enorme desigualdad, la corrupción pública y privada, restricciones cavernarias a algunas derechos y libertades civiles, desterrar la discriminación, incentivar el desarrollo cultural y proteger el medio ambiente.
Ciertamente hay mucho por hacer, probablemente tanto que queden pocas ganas de celebrar; pero tampoco podemos negar que se ha avanzado -imperfectamente, pero hemos avanzado- y eso es lo que deberíamos celebrar este 18, la voluntad por mejorar, la convicción de que podemos sacar adelante el proceso constituyente y ser una mejor sociedad.