La “Décima Encuesta Nacional de las Juventudes” reveló que el 17,5% de las y los jóvenes declararon haber sufrido algún tipo de violencia en su relación de pareja, cifra que sube hasta el 18,1% en el caso de las mujeres. Los registros fueron considerados como los más altos en diez años, donde predomina la violencia psicológica, alcanzando un 14,4%, cifra que se duplica cuando llegan a la adultez, de modo que resulta clave actuar de manera preventiva.
Prevenir desde temprana edad tiene su fundamento en diversos estudios que han demostrado que la violencia se manifiesta en las etapas tempranas del pololeo y a través de pequeños empujones, lenguaje soez que se da mayoritariamente en situaciones de consumo de alcohol o drogas, pasando posteriormente a los golpes.
La escalada en el uso de la agresión en las relaciones amorosas tiene una particularidad que se diferencia de otro tipo de conductas delictuales, donde la víctima también podría ser una mujer. Ello se manifiesta en las motivaciones que llevan a un hombre a ejercer la violencia. Estas conductas se producen tanto por una baja autoestima del agresor, que busca ejercer poder sobre su víctima, así como conductas aprendidas desde la infancia, al haber sido ellos mismos víctimas de violencia doméstica.
La realidad actual ha legitimado el uso de un lenguaje mucho más agresivo entre los adolescentes en general, sin considerar los efectos que ello tiene en una futura relación de pareja y como punto de partida de acciones de mayor violencia. La poca conciencia sobre los efectos del uso de palabras ofensivas y soeces en las relaciones afectivas del pololeo, dificultan la prevención de conductas más graves en el futuro.
Dada la importancia de actuar desde la adolescencia para evitar violencia entre hombres y mujeres en la adultez, es que se debe trabajar en conjunto con la familia, los establecimientos educacionales y el gobierno (nacional, regional y local) en políticas y campañas de concientización, aprendizajes de relaciones sanas y soluciones pacíficas de los conflictos.
El que desde pequeños los niños se vean expuestos a situaciones de agresividad en la televisión, en los videos juegos, en el smartphone que hoy lo acompaña a todos lados, y en su comportamiento escolar, como ocurre con el bullying, van formando una indeseada cultura de tolerancia a la violencia, que se hace más difícil de manejar bajo circunstancias, como el consumo de alcohol.
La familia continúa siendo el lugar de mayor protección para los jóvenes, siempre que el tema se converse en el hogar, se entreguen herramientas a los padres y éstos conozcan las amistades de sus hijos, los lugares que frecuentan y tengan el tiempo para escucharlos e involucrarse en sus temas.
El colegio es también otra instancia de socialización de estas dinámicas de comportamiento, donde los profesores tienen que estar debidamente preparados para responder a las inquietudes y advertir las malas prácticas en las relaciones de pareja juveniles. Finalmente, el Estado, mediante la prevención, sanción y la ayuda a quienes son víctimas y también victimarios, es el tercer pilar para enfrentar la violencia desde el pololeo.