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Señor Director:
En los últimos días hemos conocido, a través de los medios de comunicación, el paupérrimo y mediocre porcentaje en vacunación. Y si bien esto es responsabilidad de la autoridad sanitaria y el gobierno, que han sido incapaces de concientizar y promover una eficiente comunicación de riesgos, lo cierto es que como ciudadanos también debemos entender algunas cosas. Porque vacunarse es una responsabilidad social y personal crucial para la salud pública, ya que no sólo protegen a las personas, sino también a la comunidad en su conjunto. Al inmunizarse, las personas contribuyen a la inmunidad de grupo o rebaño, un escudo colectivo que protege a los más vulnerables: bebés, ancianos y personas con sistemas inmunológicos debilitados que no pueden recibir vacunas.
Además, previenen brotes que pueden colapsar sistemas de salud y economías locales. El costo de tratar enfermedades prevenibles por vacunas es significativamente mayor que el costo de la vacunación en sí.
Finalmente, vacunarse es un acto de solidaridad y empatía. Al elegir protegerse, uno protege indirectamente a quienes no pueden hacerlo, reduciendo la circulación de patógenos y la posibilidad de brotes. Es un acto de civismo y responsabilidad que refleja un compromiso con el bienestar colectivo.
Lo que debemos entender es que la vacunación es esencial para mantener la salud pública, proteger a los más vulnerables y asegurar la estabilidad económica y social. Es un pequeño acto con un impacto enorme. Aún más simple: es la diferencia entre llegar a una cama básica – intermedia o a una cama crítica, poniendo en riesgo nuestras vidas y las de los demás.
Rodrigo Durán Guzmán