Los comentarios de algunos líderes de opinión señalando que les molesta el macizo triunfo de los Republicanos porque estos serían gente que profesan una religión, permite poner en perspectiva la esencia de la ideología utópica en contraste con la alta política, y también posibilita en simultáneo, reconocer las características personales de quienes precisamente cultivan la ideología utópica. Veamos.
Aristóteles describió la esencia de la política del siguiente modo: “el fin de la política es el mejor bien, y la política pone el mayor cuidado en hacer a los ciudadanos de una cierta cualidad, esto es, buenos y capaces de acciones nobles” (“Política”, 1099b 29 y ss.). Sin embargo, desde el siglo XVIII la ideología ha procurado conducir a la ciudadanía a un nivel de valores utópicos.
La ideología, planteó el filósofo Juan Antonio Widow, “es el proyecto o modelo de acuerdo al cual debe construirse la verdadera realidad del hombre y la sociedad. Consiste en la invasión completa del orden moral, es decir, el de la dirección de las conductas, por criterios técnicos (…) Para la actitud ideológica, los hombres y la sociedad reales, actualmente existentes, constituyen únicamente la materia maleable a la cual hay que dar nuevas formas” (“Ideologías y totalitarismo”, p. 30-31). De esta forma, la sustitución de la libre y autónoma interrelación social que las personas se plantean en una vida común en pro de la prosperidad y florecimiento, queda subyugado al dirigismo que instalan los ideólogos en vista de una utopía. Pero además cabe mencionar que la ideología para ser eficaz promueve una actitud que mal entiende la dignidad humana y con ello el orden natural: el inmanentismo.
En efecto, tal como con profundidad y claridad observara el filósofo Fernando Moreno Valencia, el camino inmanentista propio de quienes desarrollan la ideología utópica conduce “no solo a negar los ‘derechos’ de Dios -irguiendo a la criatura frente a su creador-, sino a poner lo divino en el hombre; otorgándole a éste (en una perspectiva de suplantación) las prerrogativas divinas. El hombre se hace dios, lo que equivale a humanizar radicalmente a Dios mismo”. Este impulso, señala Fernando Moreno, supone la muerte de Dios y el hombre pasa a ser para sí mismo, el ser supremo: “Si la la verdad del ‘más allá’ está en el ‘más acá’ (Marx), es simplemente porque el ‘más allá’ no tiene existencia real y debe, en consecuencia, ser reducido, allí donde, a pesar de todo, pero sólo ilusoriamente, según se dice, existe: es decir, en la ‘cabeza’ del oprimido” (“El utopismo totalitario en la ideología”, p. 75-76).
Desde esta perspectiva, la ideología utópica se expresa en la acción revolucionaria y refundacional y sus líderes se reconocen especialmente por dos características, a saber: a) se imponen como sujetos de una moral superior que tiene que establecer un nuevo ethos; y b) dado que se asumen como seres superiores que habrían sido iluminados por una idea que solo ellos son capaces de entender, entonces categorizan al resto, esto es, a la ciudadanía (o al “pueblo”, como les gusta decir), como gente atrasada o lenta.