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La anomia que se vive hoy en distintas aspectos de la vida en común entre los habitantes de la capital de Ñuble reconoce como principal responsable la falta de educación cívica y revela también una llamativa tolerancia frente a una serie de vicios que a diario repiten los chillanejos (as) y que van desde cruzar las calles a mitad de cuadra, hasta tirar basura en la vía pública. Entremedio podríamos hacer una lista de muchas otras conductas indeseables, como no recoger las heces de las mascotas, invadir espacios reservados para personas con alguna discapacidad, escuchar música a alto volumen, no respetar a peatones ni la señalética vial, estacionarse en doble fila y un largo etcétera. Plazas, plazoletas, áreas verdes y las paredes de los edificios, muchos de alto valor cultural, son lo más representativo de cómo puede verse afectada la ciudad con las malas costumbres de algunos de sus integrantes.
Los expertos advierten que este tipo de conductas sociales responden a que la gente tiene una percepción del espacio no como algo propio, que debe cuidarse y protegerse, sino como tierra de nadie, por lo tanto es responsabilidad de otros.
Igualmente, en convivencia hace tiempo que dejamos de tener buena nota. Paulatinamente nos hemos ido acercando a los niveles de urbes más grandes e intolerantes. En los dos juzgados de policía local de Chillán suman alrededor de 30 mil causas al año y al menos el 5% de ellas tienen que ver con infracción a normas básicas de convivencia social.
Detrás de esos malos hábitos estaría una educación escolar y familiar deficiente que no favorece que las personas adquieran una cultura de respeto por los demás. Por ello sería deseable impulsar un cambio cultural en tres frentes.
El primero es el endurecimiento de las sanciones y las consecuencias para quienes infrinjan las normas locales. Eso supone tener ordenanzas municipales jurídicamente bien hechas y una adecuada capacidad fiscalizadora de su cumplimiento. En caso contrario, serán letra muerta.
En segundo lugar, la educación familiar. En la medida en que los padres inculquen valores, pongan el ejemplo y vigilen constantemente su observancia, estaremos contribuyendo a la construcción de una mejor ciudad. Desafortunadamente, la lucha por la supervivencia económica está haciendo que los padres tengan que trabajar todo el día y por ello dedicar poco tiempo a la crianza de los hijos. Más aún cuando se ha extendido la falsa idea de que la educación y la formación que ellos no pueden procurarles, se las puede proporcionar también el colegio.
Y por lo mismo, el tercer frente es la educación. Las autoridades educativas deberían revisar la materia de educación cívica para incorporar contenidos que atañen a los malos hábitos que hemos señalado. En la medida que aumente la calidad de la educación, y no sólo lenguaje, matemáticas y ciencias, sino que también se aprendan valores de convivencia social, estaríamos sembrando en las futuras generaciones las semillas para construir una mejor sociedad.