Harrison, Valentina y Juan Carlos cambiaron el curso de sus vidas tras pasar días y noches en las calles de Chillán. Sufrieron frío, soledad y aceptaron la caridad de quienes les extendieron una mano para salir del fondo.
Los tres buscaron cobijo en albergues, donde los incentivaron a dar el primer paso para cambiar el rumbo, reconstruir sus vidas y sobreponerse a un pasado que quieren dejar atrás para reinsertarse de nuevo en la sociedad.
[bg_collapse view=”button-orange” color=”#4a4949″ expand_text=”Leer más” collapse_text=”Menos” inline_css=”width: 100%” ]Ellos son parte de las 49 personas que lograron superar su condición de calle durante el año 2022 tras su estadía en los tres albergues implementados por la ONG Padre Chango, en el marco del Plan Protege Calle del Ministerio de Desarrollo Social y Familia.
Harrison Méndez (45) es profesor de computación y llegó desde Venezuela junto a su esposa e hijo hace un año y dos meses a Chile, en busca de nuevas oportunidades, debido a la profunda crisis de su país.
Al llegar a Chillán arrendó una casa en Villa Ríos del Sur junto a otros venezolanos familiares de su mujer a partir de los ingresos que le dejaba su trabajo en un autolavado, ya que como docente no podía ejercer por no contar con un título apostillado. Sin embargo, por un conflicto familiar terminó en la calle.
“Hubo problemas, discusiones e incluso violencia. Tuve que abandonar la casa, dejar a mi hijo, a ella y buscar un arriendo, pero yo no podía seguir pagando solo un arriendo y esos días tuve que quedarme prácticamente en la calle. Lavaba automóviles y tuve que dejar de lavar por mi condición física. Soy un paciente oncológico, fui operado, me hicieron quimioterapia, me sacaron medio estómago. Tuve cáncer y esa situación me generó un conflicto y tuve que dejar de lavar autos. El dueño no me quería botar, me quería ayudar y me dejó en la puerta, pero me pagaba muy poco y con eso no podía sostener un arriendo. Ese fue el motivo porque estuve en esa situación y acudí a la institución Padre Chango”, recuerda.
En pleno invierno Harrison vivió unos días en la calle, durmió en bancas, recorrió la capital regional completa y pedía comida en el comedor solidario de la población Balmaceda para sobrevivir.
“Pasé frío, dormí en el Terminal María Teresa. Me quedaba ahí sentado pasando la madrugada, pero ahí apareció una señora que se portó muy bien conmigo que iba para Santiago y ella se fue. Y dormí ahí en la banqueta. Después estuve en otra oportunidad durmiendo en la entrada de una escuela frente a la Plaza La Victoria. Conozco Chillán, de punta a punta, y generalmente me la pasaba caminando todo el día. Es difícil que no llegue a una dirección. (…) “Es difícil sobre todo el frío de la calle y no tener apoyo de nadie”, detalla.
Su tránsito por la calle fue breve, ya que llegó al albergue en agosto pasado y estuvo hasta noviembre. Allí no solo encontró un lugar para dormir, sino también contención que le permitió sobreponerse a lo vivido. Durante ese tiempo, además, consiguió un trabajo los fines de semana como copero.
“Me quedé cuatro meses y me fue súper bien con todos. Ellos me trataron bien, sobre todo la coordinadora Lissette, que fue muy cordial conmigo. Impartían talleres aparte de darme el techo. Estaban muy pendientes de uno. Eran talleres de autoestima, valores y nutrición. Jóvenes de Santo Tomás hablaron de ciertos beneficios, se festejó el 18 de septiembre, etc”, indicó.
Desde hace 15 días Harrison se encuentra trabajando en el hotel de Valle Las Trancas, donde es asistente de cocina y vive en una cabaña disponible para el personal, donde se siente acogido y respetado. Sin embargo, anhela recomponer su matrimonio y trabajar en su profesión tal como lo hacía en Venezuela, donde ejerció la docencia en una escuela pública.
“Mis planes son restablecer el hogar, vivir solo con ella y mi hijo. Tratar de reestructurar la familia, porque veníamos de Venezuela unidos. (…) Ojalá alguien me ayudara, algún funcionario municipal, incluso el alcalde, o algún funcionario del Ministerio de Educación para conseguir una pega que se asemeje a lo que estudié en Venezuela. Quizás no como docente activo por la situación del apostillado de mis títulos universitarios, pero una pega que tenga relación con la educación, ya que tengo como 10 años laborando como docente y la experiencia. Trabajé en el Ministerio de Educación como docente titular desde el 2008 hasta 2017, que fue donde me diagnosticaron la enfermedad, que gracias a Dios me encuentro sano”, expuso.
Huir de la violencia
Valentina Maldonado es una joven de pocas palabras. Su infancia no fue fácil, desde los cinco hasta 15 años estuvo en el Sename. Su madre biológica murió tras años de adicciones y en su casa la violencia era constante. Hasta el día de hoy, comentó, le tiene miedo a su padre y huyó de su casa en San Carlos por esa razón.
“Por maltrato intrafamiliar, mi papá es una persona violenta le pegaba a mi madrastra. A mi nunca me hizo daño, porque yo me defendía. Tenía problemas con el alcohol (…) Mi infancia la pasé en un hogar de menores de los cinco años en Chillán. A los 15 años tuve que volver donde mi papá porque crecí. Fui derivada por la violencia que había en mi casa. Mi mamá biológica se “reventó” por consumir mucho alcohol. Mi papá también era consumidor”, relata.
La joven, de 23 años, no pudo concluir sus estudios medios ya que, según contó, la obligaron a ejercer labores domésticas y a cuidar a sus hermanos pequeños.
Cansada de esa vida, en abril pasado eligió la calle, pernoctando en cercanías del Consultorio Violeta Parra, donde le permitía pasar la noche para guarecerse del frío. En el día pedía plata para comida y en el Hospital de Chillán baño para sus necesidades.
“De San Carlos caminé hacia Chillán sola, dormía en el Consultorio Violeta Parra, me dejaban dormir adentro. Luego me pillaron y me llevaron al albergue de Padre Chango, desde julio. Arriendo una pieza y logró mantener los gastos con mi pensión de discapacidad”, relató Valentina, quien fue diagnosticada con esquizofrenia, que mantiene bajo control con medicamentos.
Su estadía en el albergue le sirvió para comenzar de cero y alcanzar su independencia. Hoy está enfocada en dar un giro a su vida, por lo que decidió vender ropa usada en una feria para costear sus gastos personales.
“Me hice amigos, me gustó todo ahí. Me ayudaron a salir adelante. Me ayudaron a trabajar y a buscar arriendo. (…) quería ser más independiente. Me gustaría seguir trabajando vendiendo ropa y no depender de nadie”, indica.
“Llevo cuatro meses limpio”
Juan Carlos González (48) pasó años en la calle tras perder su familia y herencia producto de su adicción a las drogas y al alcohol.
Antes de llegar a la condición de calle, estuvo detrás de las rejas tras ser acusado de violencia intrafamiliar por su expareja, un capítulo amargo que marcó su pasado y de cual quisiera redimirse para reconstruir sus vínculos familiares principalmente con su nieto, quien hoy es una luz de esperanza en medio del camino oscuro que ha recorrido.
“Estuve preso por violencia intrafamiliar contra mi pareja, la mamá de mis hijos. Eso fue hace 10 años atrás antes de estar en la calle. Y por las peleas tuve que volver a la casa de mis papás. Estuve cinco años preso, yo consumía alcohol y drogas y me ponía violento. Quería puro salir a consumir. Trabajaba para puro drogarme, era cero aporte. Tengo dos hijos, tienen 25 y 28 años. Desde niño consumí drogas, vivía en un vecindario donde todo el mundo consumía alcohol y droga. Mi papá tomaba copetito y se ponía violento con mi mamá, le pegaba, pero ella estuvo hasta el final con él”, confiesa
En una cancha cercana a la villa Chiloé recuerda que pasaban la noche. En el barrio era conocido porque sus padres vivieron toda la vida ahí, hasta que fallecieron y junto a su hermana vendieron la casa para repartir la herencia entre cinco hermanos. Su parte la gastó en sus vicios junto a los amigos, por lo que terminó viviendo en la intemperie.
“Estuve harto tiempo en la calle y vi harta violencia, no hacia mi. Para alimentarme iba donde las monjitas en Gamero, en la mañana iba al mercado me conseguía mil pesos y compraba sopaipillas. En la Villa Chiloé igual habían vecinos que me daban comida y me regalaban unas monedas para tomar once, pero yo no tomaba once me las consumía en pasta base. Trabajaba en el día de maestro albañil (…) Como me conocían todos, llegaba gente desconocida. Vi peleas con cuchillo, armas y drogadicción. A los cabros les pegaban, los quebraban a palos, porque cometían faltas con el vicio, hacían estafas”, describe.
En el presente Juan Carlos busca dar un giro completo a su vida tras su paso por el albergue donde permaneció alrededor de cinco meses. Desde allí se trasladó hasta un centro de rehabilitación de drogas en Chillán Viejo, donde comenzó su proceso de reparación.
“Ahora me estoy sanando con asistencia social, psicólogo o psiquiatra para reinsertarme a la sociedad, trabajar, buscar un arriendo de una pieza, para empezar de nuevo y sanarme totalmente. Hacerlo primero por mi y por mi nieto, porque él siempre preguntaba por mi y yo estaba siempre drogado y me daba pena porque él me buscaba y yo arrancaba. No quería que me viera así. Mi meta es sanarme y dejar mi pasado atrás y volver a retomar mi vida, por eso estoy luchando. Aunque no ha sido fácil, porque toda una vida consumiendo es un proceso difícil para mi, pero no imposible”, reconoce.
“Llevo cuatro meses sin consumir marihuana, pasta base o cocaína, ni bencina ni copete. Estoy agradecido con los profesionales porque cuando uno tiene crisis de pánico lo contienen acá, porque el cuerpo recién se está desintoxicando. Me dan ataques de ansiedad, todos pasamos por eso”, asegura.
Reconocidos por dejar la calle
Harrison, Valentina y Juan Carlos son exusuarios de los albergues de la ONG Padre Chango que reciben apoyo económico del Ministerio de Desarrollo Social para su funcionamiento.
Este año de un universo total de 120 usuarios atendidos, 49 abandonaron la calle para empezar una nueva vida.
En palabras del director de Gestión y Desarrollo Corporativo de la organización, Jorge Alvarado, se ha apostado por un nuevo abordaje de los casos, dejando el modelo de asistencialismo puro a uno más interventor, con gestión de redes para apoyar a la persona a salir de su condición de calle.
“Nos dimos cuenta que más que mantener la situación de calle, teníamos que hacer promoción desde el modelo de recuperación e incentivar a esa persona que estaba en problema, no solo de pobreza, de estrés, depresión, soledad o de índole familiar, teníamos que reparar eso para que esa persona volviera a su condición normal, de dignidad”, expresa.
A juicio del directivo el perfil de la persona en situación de calle ha cambiado, ya que hoy han pasado a engrosar las filas mujeres con hijos y migrantes. Todos los usuarios han accedido a talleres de distinta índole y apoyo en su búsqueda laboral o habitacional.
“La población de calle va creciendo, entonces, sentíamos que si seguíamos en esta línea de trabajo con la gente de calle teníamos que hacer un cambio metodológico y de paradigma de cómo vemos la situación de calle. Entonces los vemos como iguales en distintas situaciones y eso hace que el recurso humano tenga una motivación para tratar a esas personas. A parte de ser cuidadores, también son interventores de que el otro pueda movilizarse”, precisa.
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