El patrimonio histórico es, en sentido estricto, todo aquello que, habiendo asumido un valor artístico o cultural, se enraíza con algunas de las etapas de la organización social de un país, región o ciudad.
Aplicado a la arquitectura presente en la trama urbana en Chillán, por ejemplo, no vemos un correlato para preservar la arquitectura Bauhaus que marca la reconstrucción de Chillán, post terremoto de 1939.
Asociada generalmente a formas simétricas y funcionalidad, la Bauhaus tiene un enorme valor cultural, ya que emerge a principios del siglo 20, en un momento de crisis del pensamiento moderno y de la racionalidad técnica occidental.
Todo esto lo entiende muy bien el arquitecto y excandidato a la alcaldía de Chillán, Claudio Martínez, quien junto a otros y otras profesionales han intentado poner en la agenda pública el valor patrimonial de este estilo arquitectónico que prácticamente desapareció de Europa después de la Segunda Guerra Mundial y que ha hecho que la capital de Ñuble sea habitualmente citada en publicaciones internacionales, contrastando con la ignorancia y el poco aprecio existente a nivel local. Varias casas han sido remodeladas sin contemplación alguna y no pocas demolidas.
La contemporaneidad parece haber prendido en todas partes, lamentablemente no en Chillán. Solo así se explica la deficiente gestión de la conservación del patrimonio arquitectónico, debilidad que para ser justos no solo sufre esta ciudad, sino muchas otras ciudades del país, donde no se ve una perspectiva clara de cómo nos haremos cargo, como sociedad civil, del patrimonio local dentro de una política permanente.
Aun cuando hoy existe una institucionalidad mucho más robusta que hace una década, tanto a nivel nacional como local, como también esfuerzos de universidades y particulares por recuperar conjuntos patrimoniales y zonas típicas, el balance de los expertos es que estamos perdiendo la batalla.
Paradojalmente, si en Ñuble y su capital la conservación de la memoria ha sido un tema marcado por la destrucción periódica debido a los terremotos -lo que dificulta mantener edificaciones patrimoniales vulnerables- por lo mismo, nuestra cultura debe ser más preventiva y operativa a la hora de actuar frente al problema. De ahí que se advierten algunos aspectos que pueden apoyar una mejor gestión a nivel regional.
Estos pueden resumirse en tres temas: generación de una institucionalidad de carácter regional; un acuerdo empresariado-gobiernos locales para captar y utilizar recursos por la vía de incentivos tributarios a la donación y la elaboración de un plan que registre, investigue y recupere el patrimonio.
Aunque reconforta que varias comunas hayan contratado profesionales, o incluso creado unidades especializadas –como ocurrió en Chillán- que han logrado proteger algunas construcciones de alto valor patrimonial, esto no puede desviar la atención sobre el escaso sentido de comunidad que tenemos para enfrentar este tema tan trascendente.
Tiempo y espacio, las dos grandes categorías en las que se expresa el hombre, no admiten el desprecio vigente, sobre todo cuando se trata de la preservación de valores culturales.