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Señor Director:
Apareció por la Carrera de Historia, hacia 1978, de la entonces, sede Ñuble de la Universidad de Chile, un joven veinteañero, con estudios de sociología. Nos sorprendía por su avidez lectora de Neruda, Mistral, Galeano, Freire, , Marx que le otorgaba cosmovisión ampliada y universal, pese a provenir de San Rosendo.
De buen trato y humor, mejor lector que futbolista, sonrisa fácil y espontánea, conversador de recreos, con serenidad y espíritu pacífico, convencido de la necesidad de trabajar por hacer de Chile un país democrático, con libertades para el despliegue y dignidad de todos sus hijos.
Su adelantada mirada de la educación lo hacía criticar los enfoques pedagógicos conductistas, frontales y memorísticos, reflexionar sobre la responsabilidad como educadores y agentes de transformación de una sociedad excluyente y represora.
Era un ser integro, sin resentimiento, solidario, de mucha nobleza. Quizá algo ingenuo, de juicio ponderado y asertivo. Asesinado por agentes de la dictadura, impunes y con la consabida explicación del enfrentamiento.
Se me viene el recuerdo de la Elegía de Miguel Hernández, también reprimido por una dictadura. Se trata de un lamento doloroso por la muerte de un joven Pato; padre, esposo, profesor, soñador, transcurridos más de 40 años.
“No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada”. Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.
Nos reconocíamos, entonces, en la rebelión ante la injusticia, la mordaza y determinación de construir un país más digno, un mundo mejor.
Manuel Gallegos Núñez