Celebrar el paso de agosto tuvo su origen en los españoles que vivían en esta zona, en la época de la Colonia. Para ellos, agosto era el último mes de invierno, la estación más dura del año, en la que abundaban enfermedades que diezmaban a la naciente población. Y no se equivocaban. Hasta el día de hoy, julio y agosto son los meses con mayor número de muertes, según el Informe Anual de Estadísticas Vitales que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE).
A nivel local, la hoy famosa conmemoración data de 1998 y fue organizada en sus primeras versiones por veteranos periodistas de la Discusión que, además del carácter festivo, buscaban visibilizar la vigencia de las personas mayores en la vida social y económica, la sabiduría y la experiencia como atributos que la comunidad debía valorar.
Y no se equivocaban en su preocupación. Veinticinco años después, estos dos rasgos distintivos se encuentran muy alterados. Por una parte, hace falta bastante más años que en aquel tiempo para ser considerado viejo. Por otra, poco y nada se espera ya, en términos de experiencia o conocimiento estimables de quienes tienen más de 60 años.
Por un lado, la expectativa de vida se ha ensanchado, pero por otro, el valor de la vejez ha sufrido una merma tan pronunciada que roza el desprecio. Se vive más, pero con el paso de los años se significa menos.
Es bien sabido que este giro se explica, en parte, porque el cambio, al acelerarse en casi todos los órdenes, ha desbaratado supuestos que, durante décadas, dieron sustento a las costumbres y fueron premisa de la comprensión de un amplio espectro de cosas.
Hoy, en cambio, los efectos políticos, sociales y económicos de este nuevo escenario aún no terminan de comprenderse en su verdadera magnitud. Por eso, urge trabajar en un profundo cambio de mentalidad, a nivel macro, pero también en el seno de las familias, para acompañar los nuevos paradigmas.
El tema es impostergable de cara a una pirámide poblacional con esperanza de vida en aumento y bajos índices de natalidad, que irá tornando más urgente la necesidad de dar respuestas efectivas y afectivas.
El último Censo mostró que en Ñuble la población está envejeciendo de manera acelerada. Son cerca de 70 mil personas mayores de 65 años las que viven en la región, equivalentes al 13,5% del total, mientras que al hacerse el ejercicio de calcular cifras que consideren a todos los que superan los 60 años, el porcentaje alcanza el 19% de la población, es decir más de 92 mil personas.
Las nuevas necesidades de la población mayor no son solo de tipo médico, que por supuesto las tiene, sino que dicen relación con viviendas adecuadas, alimentación diferente, actividades de tiempo libre y vida sana y también de ocupación de sus capacidades y habilidades que no se acaban con la edad de jubilación, hoy de 60 años para las mujeres y 65 para los hombres. Éste es precisamente una cuestión que merece debatirse, máxime si el promedio de vida de los chilenos y chilenas es de 81 años.
A no dudarlo, el despojo económico y social al que hoy se ven sometidas las personas mayores en Chile proviene de un sistema de pensiones fracasado, pero también -en mucho- del despojo del valor simbólico de la vejez.