Mientras el hambre amenaza el planeta, en Chile nos damos el lujo de transformar tierras cultivables en “parcelas de agrado”.
En Naciones Unidas cifran en más de 800 millones las personas en situación de subalimentación, 60 millones de las cuales habitan en América Latina y el Caribe. La pandemia junto a los altos costos de la dieta saludable, han contribuido a profundizar la malnutrición de la población. En este sombrío panorama, los organismos de la ONU advierten que el mundo atraviesa una “coyuntura crítica” y llaman a las naciones a promover la seguridad alimentaria y la nutrición.
Como si nada de ello ocurriera, en Chile las plantaciones forestales, las parcelas de agrado y los denominados “loteos por cesiones de derechos” están sacrificando el suelo agrícola en beneficio de infraestructura en suelo rural con características urbanas. De acuerdo a las cifras preliminares del Censo Agropecuario y Forestal realizado en 2020–2021, los terrenos productivos no trabajados a nivel nacional suman más de un millón de hectáreas. Si a ello se suman terrenos con matorrales e infraestructura, la cifra aumenta a 3,6 millones de hectáreas, equivalente al 13,1% de la superficie productiva del país.
En las unidades productivas de autoconsumo (terrenos con superficies menores a 2 has), la situación es aún más crítica. Solo la infraestructura utiliza el 20% del suelo cultivable. Si agregamos los terrenos productivos no trabajados y con malezas, la cifra se empina al 32,5%. Es decir, una de cada 3 hectáreas de terreno cultivable queda fuera del sistema productivo. La información censal disponible muestra que el 4% de la superficie de Ñuble está constituida por explotaciones agropecuarias con superficies menores a las 5 hectáreas. Empero, comunas como Coelemu, Quillón y San Ignacio superan el 10%.
Pero no es todo, entre 2007 y 2021 en la agricultura se ha observado una mayor concentración y una menor superficie dedicada a la producción alimentaria. Durante dicho período las unidades productivas han disminuido en 41% mientras que las hectáreas de terreno cultivable se han incrementado en un 31%, liderado por un aumento en el uso del suelo en frutales. Sin embargo, la tierra cultivable para proveer alimentos saludables ha sido la que ha presentado un mayor retroceso. Las unidades productivas dedicadas a las hortalizas registran una baja de 37%, acompañado por una disminución de 37% en las hectáreas que cultivan dichos productos; los cereales registran una baja de unidades productivas de 37%, con una disminución del 35% de la superficie; las leguminosas y tubérculos han disminuido las unidades en 51% y las hectáreas en 31%; y los cultivos industriales anotaron una caída de 76% de las unidades productivas y del 28% de las hectáreas cultivables.
Este proceso de expansión urbana encubierta constituye un serio desafío para los instrumentos de fomento de sistemas productivos. Se requiere aumentar el valor de la tierra cultivable. Una alternativa posible consiste en aplicar una política intensiva en el uso de invernaderos para la agricultura de menor escala.
Esta realidad es especialmente relevante para Ñuble, donde existen zonas metropolitanas con alta concentración urbana, vecinas con comunas rurales o urbano-rurales, las cuales ejercen una creciente presión sobre sectores rurales como área de expansión.