“¡Viva el papa!”. Fieles y curiosos pudieron intercambiar algunas palabras este miércoles con el papa Francisco, aunque sin abrazos y con mascarillas, en su primera audiencia al aire libre en seis meses.
“Después de todos estos meses, retomamos nuestro encuentro cara a cara y no pantalla a pantalla”, se regocijó el papa argentino, de 83 años, gran adepto al contacto estrecho con los fieles, y obligado desde marzo a transmitir por video su audiencia tradicional de los miércoles.
“¡Es hermoso!”, lanzó con una sonrisa ante unas 500 personas presentes.
Un retorno limitado y con mascarillas, muy lejos de las multitudes jubilosas en una Plaza de San Pedro concurrida, donde el sumo pontífice hacía una llegada triunfante en su papamóvil, para estrechar miles de manos y tomar en sus brazos a una cantidad de niños.
La última audiencia general del papa en la Plaza de San Pedro rodeada por los brazos de las columnatas de Bernini dando la benvenida, contó con un público de 12.000 personas, el 26 de febrero pasado.
“La epidemia actual ha puesto en evidencia nuestra interdependencia, todos estamos ligados”, subrayó el papa.
Tras haberse tomado la temperatura, los participantes en la audiencia de este miércoles tuvieron el privilegio de dirigirse al patio de San Dámaso, donde se recibe habitualmente a los jefes de Estado, pasando por una majestuosa escalera de mármol del palacio pontificio con los guardias suizos inmóviles y con mascarillas de rigor.
Cada uno ocupó una de las 500 sillas instaladas a distancia entre sí, en dos zonas separadas por una especie de amplio pasadizo vacío destinado al papa.
Concentración
La llegada de Francisco puso en peligro el estricto plan de seguridad contra el coronavirus, con la gente corriendo hacia las primeras filas de sillas, blandiendo teléfonos móviles, algunos fieles inclusive parados sobre los asientos si era necesario.
El brazo extendido con insistencia por una fiel no logró alcanzarlo. Sin lugar a dudas, para el gran alivio de los servicios de seguridad papales.
Un apretón de manos demasiado vigoroso de una fiel asiática casi lo hizo caer el 31 de diciembre en la Plaza de San Pedro. Logró quitársela de encima con golpecitos en el brazo, tras lo que se disculpó.
Como un buen alumno, este miércoles, el papa argentino, sin mascarilla, resistió la tentación de acercarse, con gestos de broma a la distancia.
Eso sí, al final de la audiencia se saltó las medidas sanitarias al bendecir desde muy cerca a tres parejas de recién casados, estrechar la mano a los obispos o abrazando a un sacerdote libanés muy emocionado, cuya bandera nacional había bendecido antes de leer un largo mensaje de apoyo a Líbano.
El hermano Luis Fernández, franciscano con sayal negro y mascarilla blanca, asistía por primera vez a una tradicional audiencia de los miércoles, feliz de estar tan cerca físicamente del sumo pontífice.
Salvadoreño, de 34 años, hizo sus primeros votos el domingo, y ahora porta con orgullo en la cintura un cordel blanco con tres nudos, que simbolizan la pobreza, la castidad y la obediencia.
“Vine a verlo y escucharlo”, dijo con sencillez. Sin teléfono móvil y con poco acceso a una computadora durante su año de noviciado anterior, en la ciudad de Asís (centro de Italia), donde nació el fundador de su orden, cuyo nombre, Francisco, eligió el papa jesuita argentino.
Algunos turistas sólo pasan con sus mochilas. Pero muchos en la multitud vibran de emoción como Ana, una estudiante de 33 años, que acudió con su novio, un enfermero “preocupado por la situación sanitaria”. “Sola en casa delante de la televisión, no tiene nada de comparable”, confiesa.