No se equivocan quienes han puesto acento en la protección de la biodiversidad como una idea central de esta pandemia, pues su origen precisamente está en la transmisión de enfermedades desde animales a los seres humanos.
Deforestación, cambios en el uso del suelo y el comercio ilegal de especies silvestres, fueron factores determinantes para la aparición de esta pandemia y son evidencia suficiente para replantearnos cómo nos relacionamos con la fauna y conservamos nuestros valiosos ecosistemas.
De hecho, las enseñanzas van más allá, pues una insospechada consecuencia del covid-19 ha sido la mayor caída en la emisión de CO2 de la que se tenga registro en la historia. Las imágenes que ha proporcionado la NASA son impresionantes. Desde el espacio se puede ver la disminución de gases contaminantes en la atmósfera, mientras que abajo, en los océanos, apreciamos aguas más limpias y delfines y ballenas acercarse a costas sin humanos a su alrededor.
Sin embargo, no hay que confundirse. El freno registrado por la actividad económica mundial -lo mismo que las restricciones de viajes, cuarentenas y otras medidas- no están resolviendo las amenazas ambientales de nuestro tiempo. Es solo un episodio azaroso que junto con traernos muerte y pobreza, también nos ha demostrado los beneficios que experimentaríamos si dejáramos atrás el uso de combustibles sucios como el carbón, el petróleo y el gas natural.
No hay duda que la humanidad está aprendiendo grandes lecciones, a partir de una pandemia que nos marca una ruta de cambios que en otros momentos creímos imposibles, pero que hoy deben volverse parte de nuestros desafíos y prioridades para actuar.
En nuestro caso, que tenemos en la cordillera una de las zonas más ricas del mundo en biodiversidad vegetal, la enseñanza es poner mucho más atención sobre su alta vulnerabilidad producto de las transformaciones que están imponiendo actividades económicas como el monocultivo de plantaciones exóticas y la creciente actividad de explotación energética, que concentra la mayor parte de los proyectos de inversión ingresados este trimestre a evaluación ambiental en Ñuble.
Hemos aprendido que es posible disminuir la huella de carbono, también cómo descongestionar las ciudades y a saber escuchar a los científicos para tomar mejores decisiones. Pero lo más importante que hemos aprendido es que la agenda ecológica es impostergable, y en Ñuble nos impone la enorme responsabilidad de cuidar un corredor cordillerano que posee una biodiversidad única en Chile.
En momentos de tanta vulnerabilidad y aprecio por la vida, no perdamos la oportunidad de crear conciencia masiva sobe la necesidad de preservar este valioso ecosistema para las futuras generaciones. Sería una ganancia que perduraría más allá de la crisis sanitaria.