El pasado 25 de marzo será fecha que marcará un parteaguas en Carabineros de Chile. Porque luego de escuchar pedir perdón al país por el engaño, por la estafa que este servicio público -que una vez fue llamado “la reserva moral de la nación”- las Escuelas de oficiales cantaron con más orgullo que nunca el himno institucional “Orden y Patria”. Porque en 92 años de vida académica de la Escuela de Carabineros, este fue un aprendizaje distinto: sus alumnos y profesores escucharon emociones y gestos profundamente honestos de un director general. Lo hizo posible ya el muy innovador formato de la clase magistral. Se trató de una conversación abierta entre el Gral. Mario Rozas, el Premio Nacional de Ciencias Dr. Humberto Maturana y la profesora y coach Ximena Dávila. Aquí, la forma -sillones dispuestos como en un living de una casa- determinó el contenido y fue el gran mensaje: escuchar al otro transversalmente, como un auténtico otro, dado que por más galones que se tenga, “nadie es dueño de la verdad”. Acaso como nunca antes valiente, el general director abrió, ventiló y asumió la herida ante sus generales, los alumnos y el país, pues de cara a tal crisis de confianza, reconoció que ello “borraba la historia” pero que no derrotaría la esencia de honestidad de Carabineros, la dolorosa cirugía en curso. Y cirugía clave, pues Carabineros es el sistema inmunológico, los “glóbulos verdes” de la sangre social chilena.
Los expositores dialogantes distinguieron muy bien la diferencia entre cometer un error y luego mentir acerca de ello. Lo primero es propio de lo humano, pero lo segundo es un virus, una amenaza de muerte: la mentira destruye el cuerpo social. Lo que se produjo ese día es la movilización de un cambio ético profundo para la victoria de un estilo, la honestidad, y la derrota de otro, la mentira humillante, el engaño. Sin renunciar a la disciplina militar que somete el desorden interno y enseña a obedecer, sin abandonar un ápice la doctrina que es la estructura ósea de la institución, el Dr. Maturana sumó a Carabineros su nueva tarea: sanar este sistema nervioso del cuerpo de Chile. Así, enfrentándose al caos de un país convulsionado, desde ese día, desde la reflexión compartida, se ha tomado la decisión de volver a ser un “cosmos”, un orden, porque sin orden no hay patria posible. Y lo que hasta ayer puede considerarse una agonía, hoy puede ser una resurrección. Lo que se viene entonces en las mesas de trabajo, a las ocho de la mañana en las comisarías, es ayudarse unos con otros, como cuerpo, y “renunciar al yo y pensar en el nosotros”.
Nadie ignora las formas que asumió ese caos. Han quedado atrás prácticas represivas; muy atrás el horror de los secuestros, de las torturas, las muertes, la corrupción, el hábito de la deshonra, etc. Todo ello fue asumido y reconocido. La diferencia de este mea culpa está en que ahora partió de lo más íntimo de Carabineros. Porque el 25 de marzo asistimos a un extraño y precioso espectáculo. El de un cuerpo policial dialogante, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza. Renacerá en esta República esa olvidada disciplina, la reflexión. Ya no estaremos a merced de una bruma de mando escondido destruyendo tarjetas de evidencia. Ser carabinero ya no es solo un asunto de “ordene mi coronel”, ni solo de manejar de memoria el Código Penal y de Ética. No va por el lado de la obediencia ciega, sin discernimiento, ni tampoco va por ocultar mañosamente el error o la crítica. Va por la del celo de cuidar el cuerpo, ese viejo sabio, por la relación talla-peso, va por amar el hogar, amando la preciosa labor de ser agente de paz. El general Rozas lo sintetizó así: “Nuestro trabajo es vocacional, no ocupacional,por tanto, es preciso ser feliz”.