Señor Director:
La anterior pandemia duró 5 años (1918-1923) y mató a 100 millones de personas. En este 2022 comenzamos el tercer año del Covid-19 y será el año de las pruebas, pero su uso debe ser muy juicioso. En EE.UU. se contagian más de un millón de personas diarias y aquí familias enteras caen y las pruebas comienzan a escasear, pero nadie oficial dice nada.
Hay dos tipos de pruebas que nos podemos hacer. Las moleculares o PCR y las del antígeno, ambas hechas por “hisopado”. La primera por su gran sensibilidad necesita pequeñas cantidades de virus, le entregan en dos días y sirve para hacer diagnóstico. La segunda necesita grandes cantidades de virus y una carga viral alta para ser positiva. El problema son sus precios.
Cada variante de este virus ha presentado sus reglas propias. La ómicron da síntomas a los 2 o 3 días. No da fiebre ni quita el olfato, pero el dolor de garganta es terrible, como tragar vidrio molido, debilidad, escalofríos y fuertes dolores musculares, en especial de espalda. No respeta ninguna barrera.
Llevamos apenas dos meses con la ómicron y no podemos asegurar que es cierta la inmunidad de rebaño, a pesar de que todos vamos a sufrirla. Lo cierto es el COVID prolongado o “Long COVID”, o las secuelas con las que tendremos que convivir por mucho tiempo, aunque no sea tan letal como la variante Delta.
Miguel Rivas Medina