O’Higgins y la herencia incómoda

Señor Director:
Hay fechas que parecen vitrinas: brillantes, pulcras, sin grietas. El 20 de agosto es una de ellas. En Chillán Viejo se izan banderas, se encienden tambores y alguien repite: “Padre de la Patria”. Todo solemne, sí, pero también automático. Como si al héroe se lo recordara más por protocolo que por memoria.
Y, sin embargo, O’Higgins nunca fue un héroe cómodo. Fue hijo ilegítimo, señalado como intruso, aplaudido y traicionado, exiliado por los suyos. Más que estatua, parecía un país a medio hacer: con errores, con heridas, con la obstinación de quien sabe que avanzar es la única opción.
La verdad es que reducirlo a postal es inútil. Porque un héroe no sirve de bronce callado, sino como pregunta viva. ¿Qué haríamos hoy con esa idea de libertad que él empujó contra todo? ¿Dónde están nuestras batallas pendientes: la desigualdad que aprieta, la corrupción que huele rancio, la apatía que adormece?
Cada natalicio debería pincharnos un poco. Que si O’Higgins regresa cada 20 de agosto no sea para posar junto a su busto, sino para recordarnos que el futuro no se hereda como una medalla: se levanta, torpe y obstinado, a veces contra todo pronóstico.
Ricardo Rodríguez Rivas