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Gabriel Salazar (Premio Nacional de Historia 2006), escribió “Ser huacho en la Historia de Chile” (2007), una obra donde aborda la historia real de los niños ilegítimos nacidos en nuestra sociedad hipócrita.
Por tremenda coincidencia histórica, el Libertador de Chile, Bernardo O’Higgins Riquelme, sufrió el estigma de ser huacho, hasta los 23 años de su enrevesada existencia. Pudo usar el apellido O’Higgins, solamente con el deceso de su distante padre, cuando este fallece en 1801.
Sin embargo, el injurioso baldón debió llevarlo como afrenta del maniqueísmo histórico, desnaturalizador del verdadero sentido de la historia invisibilizadora de las realidades y profundidades sociales.
La personalidad del Libertador se modeló a golpe de cinceles durante sus 64 años de vida, de los cuales 42 debió vivirlos lejos de su terruño, haciendo de él un varón sobrio, austero, ensimismado, espartano y sincrónico, un “gringo-huaso”.
Los síntomas provenían del nacer “huacho” en una sociedad colonial estática, impregnada de injusticias y descalificaciones por ser “hijo de un amor furtivo” entre un hombre maduro (57 años) que estaba de paso, y una candorosa jovencita de 19 años. Por eso también fue ocultado y despojado del seno materno, a los 4 años, para vivir en solitario la ternura de la infancia y una adolescencia en pobreza en una Europa extraña. La mesada del padre se hace poca por el despojo que hacen su albacea, Nicolás de la Cruz, y dos relojeros ingleses: Spencer y Pearkins. A los 24 años retornó al terruño para reconstruir una familia en la cual sublima el amor filial.
Atrás quedaban los infortunios y las soledades, para disfrutar de la herencia de un ausente padre, entre ellas, la hacienda de las Canteras (más de 26 mil cuadras), y otras regalías.
Asume el fervor patriótico al lado de su madre y hermana Rosita O’Higgins (Rodríguez es su apellido de nacimiento). Sin embargo, la fortuna es efímera cuando se enreda en los pliegues de la Patria, y provee el peculio de la causa Libertadora de Chile. Como varón, jamás sintió el amor romántico como sentimiento emocional, solo la ilusión por la jovencita Carlota Eals, en Richmond, Inglaterra, esfumado en el tiempo; ni en su atormentado amorío por la sensual pelirroja Rosario Puga, del que solo queda el pequeño Demetrio. Sus amores reconstruían su propio destino, desde la cuna.
Su puño enérgico de gobernante, provoca el rechazo oligárquico de los “Larraínes” (Los Ochocientos), que impulsan el exilio definitivo. No solo el rechazo social aristocrático movía los hilos invisibles de la contingencia política, sino la malidencia de “convivir con mujer separada”, y que también los oscuros manejos comerciales de su hermana Rosita, afectan su credibilidad.
La descarada comedia política lo empuja al ostracismo, saliendo con un sequito trágico y 43 años a cuestas, junto a su familia engrosada por Petronila, sobrina; su “nietecita pehuenche Patricia” ¿(hija)? y su fiel servidor Juan Soto. El Perú lo recibe con los brazos abiertos como “su Libertador” (1ª Escuadra Nacional) y venció en Ayacucho.
En su nuevo exilio lo visita el sabio francés Claudio Gay y lo describe “en un envejecimiento prematuro”. Una “angina de pecho” lo lleva a fallecer a los 64 años, dejando a Rosita a cargo de la herencia, mientras su hijo Demetrio se encargó de la proliferación del apellido O’Higgins en los valles de Cuiba y Cañete. Sus restos retornaron 27 años después a bordo de la “Esmeralda” con un espectador privilegiado, el guardamarina Arturo Prat.