Antes del terremoto de 1939 Ñuble era un potente centro de desarrollo industrial, vinculado especialmente a la producción agropecuaria con curtiembres, fábricas de herramientas agrícolas, ladrillos y una serie de elementos que eran requeridos por la pujante economía del llamado “Granero de Chile.
Hacia 1900, el historiador Enrique Espinoza en su “Geografía descriptiva de Chile” señala textualmente que “bajo el punto de vista industrial, Ñuble figura en primera, tiene seis molinos, tres fábricas de herramientas agrícolas, fábricas de clavos que produce diez quintales métricos al día, fábrica de elaboración de maderas, de barriles de cerveza, grandes curtiembres, fábricas a vapor de calzado, de tejas y ladrillos, de conservas, sombreros de paños” y un largo etcétera.
Este desarrollo industrial llevó a que fuera considerada “la quinta región industrial del país”. Sin embargo, el terremoto de 1939 mermó enormemente la capacidad productiva instalada, a lo que se agrega la fuerte protección arancelaria sobre los sectores Metal, Textil y Químico que favoreció a Santiago, Concepción, Valparaíso y Antofagasta, pero excluyó a Ñuble y sus rubros económicos.
De alguna forma, el centralismo que comenzaba a manifestarse fuertemente en el país le pasó la cuenta a la entonces provincia; y lo sigue haciendo, pues uno de los factores que continúa afectando en forma negativa su desarrollo, es la excesiva centralización del país, ejercida por Santiago y también por Concepción y que fue la razón de fondo de la demanda independentista que nos convirtió en región.
Pero desde 2018, al menos formalmente, se comenzó a escribir una nueva historia de emprendimientos e innovación no solo en el área agroindustrial, sino también en el turismo y los servicios.
Sin embargo, para que esta visión prospere y no solo sean casos excepcionales, se necesita planificar el desarrollo, con definiciones que no deben nacer entre cuatro paredes de los edificios públicos frente a la Plaza de Armas de Chillán, sino que debe recoger las demandas y aspiraciones de todos los sectores de la región, haciéndose cargo de las vocaciones económicas, las capacidades de su gente y de su proyección.
Un trabajo participativo que le faltó a la estrategia regional de desarrollo que se elaboró durante la gestión del exintendente Arrau, y que hoy es una debilidad del instrumento de planificación que fue aprobado a mediados de 2020 para responder a la pregunta de por qué nos convertimos en región.
La inversión requiere de certezas y de principios orientadores. Entonces, con poder de decisión local, con amplia participación ciudadana, con inversión pública y con certezas sobre el tipo de desarrollo que se quiere para Ñuble, se puede construir una política de atracción de inversiones sólida, arraigada y pragmática, que plantee incentivos concretos y competitivos.
Es muy difícil generar riqueza desde la pobreza, sin embargo, el trabajo previo que se haga para mejorar una estrategia de desarrollo que tuvo mucha tecnocracia, pero poca escucha activa de la gente de Ñuble, es el primer paso para levantar la vista después de tanto nubarrón pandémico y concluir en una mirada renovada, que es lo que la Región reclama.