Retomar la agenda política, en medio de una crisis que tiene al sistema político cuestionado en su totalidad, lo mismo que contener la caída libre en las encuestas que está sufriendo su figura, son los dos objetivos que busca el Presidente Sebastián Piñera con los cambios realizados a su gabinete de ministros.
En el cambio destacó la salida de los ministros políticos Andrés Chadwick (UDI) y Cecilia Pérez (RN) y del titular de Hacienda Felipe Larraín, y el ascenso de Gonzalo Blumel, militante de Evópoli, Karla Rubilar (RN) e Ignacio Briones (Evopoli), respectivamente.
El principal desafío que deberá enfrentar el Mandatario y su nuevo equipo es revertir la falta de credibilidad y la precaria situación de respaldo ciudadano que podría afectar el desarrollo económico y social del país, evitando que se profundice la imagen de un gobierno sin el impulso suficiente para llevar adelante la agenda social que ha propuesto como salida a la crisis social y política que afecta al país.
Adicionalmente, debe intentar recuperar el apoyo popular de cara a las elecciones municipales del próximo año. Para lograrlo, requerirá de una agenda clara y sensata, de una capacidad de escucha y diálogo mucho mayor, y de una coordinación que hasta ahora no ha logrado plenamente con los partidos de Chile Vamos, la que además se verá naturalmente dificultada por las asperezas propias de la contienda municipal y regional de 2020.
El cambio más relevante fue, sin duda, el traslado de Gonzalo Blumel a la cartera de Interior, asumiendo así la plena conducción política del Gobierno. En sus primeras intervenciones, el ingeniero civil ambiental y exministro de la Segpres, ha remarcado la necesidad de “buscar grandes acuerdos” y ha usado conceptos y tono bastante menos duros que los de su antecesor. A nivel local, su nombramiento fue bien evaluado de manera transversal, precisamente por el rol “articulador” que de él se espera.
Por otra parte, la salida de Chadwick le quitó un poco de presión al Gobierno. La capacidad y estilo del primo del Presidente estaban ampliamente cuestionados por la ciudadanía y también en la interna del oficialismo, y su imagen cada vez más desgastada por sus malas decisiones -y peores expresiones- tras la movilización social que se extendió por todo el país.
Menos mediática, pero igualmente importante fue la salida de Larraín, visto como el responsable del complejo momento de nuestra economía, que sigue esperando un punto de inflexión que no llega. La incapacidad de dar señales de reactivación que cambiaran el clima de pesimismo con el que operan consumidores y productores, le terminó también pasando la cuenta a uno de los más fieles colaboradores de Piñera.
Lo concreto es que el Presidente ha optado por introducir cambios mayores en su equipo (ocho en total), dejando a su nuevo gabinete la difícil tarea de transmitir confianza en lo que hará y proponga su administración para salir de la crisis social y política, además de recuperar el apoyo perdido a su gestión, hoy con altísimos niveles de reprobación
No hay nada peor para una sociedad que requiere de cambios importantes, que sus autoridades no cuenten con la confianza y el respaldo necesario para hacer esos cambios. Por eso es de esperar que este ajuste ministerial no sea solo un recambio de nombres, sino el inicio de una nueva etapa donde la legitimidad social del Gobierno se vea fortalecida y no debilitada por la gestión de sus propios representantes.