Cuando la pandemia sea solo un mal recuerdo, tendremos diferentes enseñanzas e importantes cambios en nuestra cotidianidad. Seguramente, valorizaremos el trabajo colaborativo a distancia, la transformación digital y la tecnología de la información en las organizaciones.
Por otra parte, las lecciones que en materia ambiental han ido quedando en evidencia, lo mismo que las certezas que se revelan frente a los parámetros de consumo a los que veníamos acostumbrados e, incluso, la manera cómo nos relacionamos con los otros, son señales de que hay que hacer un alto y rebobinar. Veamos, por ejemplo, la forma cómo compramos en centros comerciales y ferias. Ya sea por asuntos de salud, por la misma aglomeración que subyace en ello, ha sido necesario adoptar nuevos comportamientos y una nueva cultura del consumo.
Bajo esta perspectiva, ¿qué más habría que cambiar en adelante? Probablemente, la manera cómo estamos concibiendo la planeación de nuestra ciudad y revisar el actual modelo de operación del transporte. Deseable sería también más bicicletas y más recorridos a pie, y para el aparato productivo más flexibilidad laboral, trabajo en casa y virtualización de actividades.
Imprescindible es también mejorar la calidad de las viviendas y su entorno, especialmente aquellas que son financiadas con recursos fiscales y están destinadas a los grupos más vulnerables. Aquí un concepto clave es la densidad habitacional, una dimensión cuya faz negativa es el hacinamiento que hoy sufren miles de familias en Chillán, donde la ausencia de regulación y autoridad, y el imperativo de mantener costos bajos y lógicas de economías de escala, dieron paso a la construcción de viviendas pequeñas y de mala calidad, sin acceso a servicios básicos.
No es difícil imaginar, entonces, la vulnerabilidad sanitaria que sufren estos nuevos guetos urbanos. El sector suroriente es un ejemplo clarísimo. En igual o menor medida estas dinámicas se reproducen en otras zonas de la ciudad donde se reproducen las lógicas de segregación, exclusión y la desvalorización social y económica que ello conlleva.
Según el actual Plan Regulador Comunal (PRC), la ciudad tiene áreas con baja densidad poblacional como el sector residencial de Quilamapu, con no más de 120 personas por hectárea, mientras que en Los Volcanes, lo mismo que Lomas de Oriente, la cantidad de individuos supera los 1.000 por cada 10.000 metros cuadrados.
Por último, es urgente, de cara al futuro, una reflexión sobre hasta qué punto la solidaridad y el sentido de lo colectivo son valores fundacionales de una nueva vida urbana.
La pandemia convoca a debatir sobre las próximas necesidades de planeación de Chillán, donde no solo será suficiente construir viviendas separadas una de la otra, sino desarrollar una vida comunitaria más pertinente y una ciudad más igualitaria.