Un desafío insoslayable para nuestro país es incorporarse adecuadamente a la llamada economía del conocimiento y a la tecnociencia como paradigmas que sustentarán el crecimiento en el siglo XXI.
Lo concreto es que los países que hoy avanzan son aquellos que desarrollaron un sistema propio de innovación y producen bienes y servicios de mayor valor agregado, a costos competitivos. Advierten también que la producción de materias primas y la apertura de nuevos mercados ya no pueden ser las características centrales de lo que fue la economía del siglo XX.
Ya no basta con investigar: lo que se espera es generar desarrollos tecnológicos que deriven en innovaciones y que a su vez estas se diseminen en el mercado, en la empresa y en la sociedad.
Comparar con otros modelos, otras culturas y otras formas de innovar implica siempre una búsqueda de elevación. Un ejemplo palpable es el grupo formado por Estados Unidos, Corea del Sur, Canadá, Japón, la India y Gran Bretaña, donde la fuerza de la coordinación la ejerce el mercado, y lo hace con una considerable cantidad de ejemplos exitosos. La diferencia con Finlandia, Alemania, Israel y España, en cambio, es que la coordinación es compartida entre el Estado y el mercado. El Estado aprovecha la investigación para sus políticas de desarrollo y la investigación aprovecha la agenda del Estado.
Pero es Finlandia, sin duda, la que logró el mayor y más temprano reconocimiento mundial por sus resultados en la economía, el sistema educativo, la investigación y producir bienes y servicios de mayor valor agregado en un marco de colaboración entre instituciones académicas y empresas. Son muchos los países que producen excelentes científicos y técnicos, pero pocos logran convertirlos en motores de progreso económico. En Finlandia, en cambio, se produjo un verdadero círculo virtuoso que hizo posible pasar de ser una economía agraria, basada en la industria maderera, a tener una industria de tecnología de avanzada.
Chile debe tomar nota de estas experiencias, sobre todo ahora en que se instala un nuevo Gobierno que ha prometido poner a la ciencia en la agenda política y con ello, abrirá el debate sobre el modelo de desarrollo que queremos para el país.
En el caso de Ñuble, existe coincidencia entre los especialistas en la necesidad de ampliar la base productiva de la nueva región e introducir mayor valor en la cadena productiva, ya que no solo constituye una suerte de seguro frente a las fluctuaciones de precios de los commodities, sino que también conlleva un desarrollo económico importante para el resto de los agentes económicos del entorno. El hecho de ser una Región joven configura un escenario favorable para comenzar a escribir una nueva historia, con una hoja de ruta que promueva la diversificación y renovación de nuestra matriz económica, y no sólo para agregar valor a los productos que nacen de nuestro fértil territorio, sino también para abrirnos la puerta a la economía del conocimiento, a la creatividad e innovación.