La Región de Ñuble enfrenta la sequía de más larga duración desde que existen registros instrumentales y posiblemente una de las peores de los últimos mil años, según concluye el estudio “La mega sequía en Chile central (2010-2018): un clima en perspectiva dinámica”, realizado por científicos de las universidades de Chile y de Concepción.
El trabajo, que alcanzó repercusión mundial, concluye que habrá solo una recuperación parcial de las precipitaciones en las próximas décadas y que las sequías serán más recurrentes en perspectiva al año 2050, al punto que se pronostica una disminución de precipitaciones en Ñuble de hasta 20%, causando una reducción en los caudales de los principales ríos e igual impacto en la superficie regada.
A ello se debe sumar la situación de los acuíferos subterráneos, que tras sucesivas temporadas de escasez hídrica se han ido agotando progresivamente, por lo que la infiltración natural también ha contribuido a disminuir la disponibilidad de agua en cauces superficiales, incluidos los canales sin revestimientos, donde se ha detectado una pérdida importante por esta causa.
Y si bien esta situación se puede atribuir al cambio climático, no es menos cierto que en Ñuble no hay escasez de agua, sino de infraestructura para acumularla, lo que queda demostrado en que más del 80% del caudal anual de los ríos se vierte al mar, algo que para un observador externo resulta un contrasentido para una zona que aspira a ser potencia agroalimentaria.
En ese sentido, entre los agricultores existe coincidencia de que en Chile no ha existido una política de largo plazo orientada a mejorar el riego, en circunstancias que obras tan necesarias como los embalses deben hacer un largo recorrido por la bucrocracia estatal para concretarse. Y es que sin embalses es imposible proyectar la agricultura local hacia los próximos desafíos que impondrá el mercado mundial de los alimentos, y por eso mismo existe tanta preocupación por los sucesivos tropiezos que ha sufrido el proyecto La Punilla.
No obstante lo anterior, hay otros proyectos de embalses que siguen esperando, como Chillán y Zapallar, y otros de menor envergadura que una vez que se concreten marcarán un punto de inflexión en la historia de la agricultura local, así como lo ha sido el canal Laja-Diguillín para miles de regantes.
Sin embargo, estas obras no tendrán mucho sentido si no van acompañadas de inversiones en tecnología que permitan aumentar la eficiencia del riego, por ejemplo, mediante la adopción de sistemas de riego tecnificado o el revestimiento de canales, dado que se estima que actualmente más de un 70% del agua utilizada por los agricultores se pierde por falta de eficiencia en el riego.
La prolongada crisis hídrica debe ser un argumento suficiente para que el Gobierno acelere la concreción de los proyectos de acumulación de agua en la zona, pero principalmente, para entender que mejorar el riego debe ser un objetivo prioritario del Estado y de los regantes, no solo desde una perspectiva agrícola-económica, sino que estratégica y social, pues no cabe duda que el sector alimentario será el mayor motor de la economía local en el mediano plazo.