En nuestras intensas andanzas por este Ñuble pandémico, levantando levemente la mascarilla hemos levantado también la punta del velo de la verdad. In vino veritas : “en el vino está la verdad”. Al probar los asoleados y los tintos del Itata al parecer hemos saboreado por fin el secreto de esta tierra. La riqueza del Itata es la gran variedad de viñateros artesanales, que a veces trabajando sólo con la antiquísima “uva país”, genera una enorme diversidad de vinos de autor, donde aún su dueño personalmente “pastorea” sus vides como si fueran rebaño. Por información extraoficial de uno de los más experto enólogos y bodegueros que trabaja en la región, se estaría muy cerca de verificar una tesis sencillamente sensacional. Viene de una eminencia como French Thomas, el sommelier premiado como “el mejor obrero de Francia” (el Nobel del vino). En un libro que está escribiendo, demostrará que las cepas de poco color, como es el caso de la uva País del Itata, son así a causa de ciertos componentes y una conjugación de factores que la volverían en “las más espiritual de las vides del planeta”. Sus micropropiedades capturarían de modo ideal lo mejor de los macro factores necesarios para el equilibrio interior humano. Y de pronto, especulando nosotros -ahora con una cierta sólida base de razón- aquí podría estar la explicación del enigma del por qué el suelo de Ñuble es la región cuna generadora de tanta talento nacional, particularmente en las artes y en las gestas heroicas: ello sería propiedad de las bebidas espirituosas que produce. Se confirmaría científicamente la gran intuición de Tito Castillo, Premio Nacional de Periodismo cuando postulaba: “Ñuble reúne tanto prócer, artista y gente universalmente notable, porque ¡aquí se toma el vino con borra!
Frente a la pregunta ¿por qué son valiosas las viñas y vinos del valle del Itata? nuestro mismo experto enólogo sin titubear responde preciso: “Porque somos únicos, somos limpios, somos de viñas viejas. Tenemos todo lo que las más insignes ciudades vineras de Europa tienen: río, lomajes, antiguas cepas, trabajo manual, vinificación en maderas únicas como es el raulí nativo, etc. Con la diferencia que las nuestras, las viejas parras, esas que se utilizan sin portainjertos, son sanas, las únicas en el mundo que naturalmente están libres de la plaga filoxera. Por esto, y por otras milagrosas propiedades que Thomas nos revelará, es que un gran profesor francés que tuve en la Borgoña aseguraba “Chile es el paraíso de las viñas”.
Nuestro trabajo encomendado por Corfo, a través de un PTI de CorpArauco, tiene un nombre preciso: enología ancestral del valle del Itata. Porque había que recuperar la historia y el prestigio de ser esta tierra “la madre productora del mejor vino de Chile”, tal como se decía en la Colonia. Un 20 de diciembre de 1550, el Gobernador Valdivia, otorga una merced de tierras al capitán Diego de Oro que incluía una autorización para plantar una primera viña de cuatro hectáreas en la recién fundada Concepción, actual Penco. Ese año entregó las primeras dos mercedes de tierra en el Itata. Su valor universal es que todo aquí sigue siendo a escala familiar, manual, afectiva y festiva. Podríamos decir, un vino con un “terroirs socio-cultural” óptimo, como el amor por las centenarias parras que se levantó a cuidar Juan Hinojosa de Güarilihue, quien a la semana de estar operado a tajo abierto, deja la cama para ir a abrirles tajos al vientre terroso de sus vides, porque “ellas, esas niñas, no podían esperar…”
La sostenibilidad ambiental de Ñuble, el verdadero combate del desierto que avanza, no está en detener la erosión con plantaciones de pino y eucaliptus. Ya sabemos cómo esas especies acentúan la degradación de los suelos. Está en la pequeña viña. Ella es en verdad un milagro viviente en el secano costero: añosa en las lomas inclementes, se arraiga sin riego alguno, guardando como un camello en sus nudos-joroba la poca agüita que de gracia divina le cae en los inviernos. Y no olvidemos a Jesús : “Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor”. (Lc 5,39)