Señor Director:
Me veo en la imperiosa necesidad de escribir esto antes que sea tarde. Fui criado en una zona rural de la comuna de Coihueco. Desde que tengo memoria nunca ha sido un lugar muy poblado. Cuando era pequeño tenía seis vecinos. Ahora solo queda uno, un caballero de avanzada edad, siendo lo más probable que cuando fallezca su casa sea abandonada al igual que las otras.
Prácticamente hace un siglo que la migración campo-ciudad se viene dando, cuya tendencia se ha marcado más con ciertas facilidades tecnológicas, como por ejemplo, es el acceso a movilización propia y la mejora en los caminos, que permiten vivir en las comodidades de la ciudad y aun así acudir a trabajar el campo, entre otros factores.
Mi llamado no es a forzar que viva más gente en el campo, ya que toda forma de vida debe ser autentica y no una falsificación ni una imposición, siendo que además el cambio es una constante tanto de la naturaleza como de la humanidad misma.
Me gustaría evocar la visión que tuve al ir a visitar a mi último vecino. Una casita humilde pero digna en una loma cercana a un río, con un pequeño rebaño de animales pastando cerca, rodeado de un silencio majestuoso, solo interrumpido esporádicamente por el canto de algunas aves o bien por el sonido de las cigarras.
No se debe vivir de espaldas a la muerte ni al cambio. Así como la cercanía de la primera debe hacernos apreciar el tiempo que compartimos con nuestros seres queridos de mayor edad, la segunda nos debe hacer valorar y contemplar todo lo que en su momento consideramos normal o perpetuo.
Darío Sandoval Maldonado
Ingeniero Civil Mecánico Universidad de Concepción