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Javier (39) vive en una sala de clases de lo que fue el ex Grupo Escolar, dañado por el terremoto de 2010. Las dependencias no tienen electricidad ni ventanas, pero junto a sus “compañeros” como los llama, han montado una casa con un refrigerador que no funciona, sillones de segunda mano, colchones, un fogón y sus tres gatos. Llueve, pero está vestido con pantalones cortos y no lleva calcetines, dice que tuvo hace poco una enfermedad en los oídos por el frío. Habita allí desde hace cinco años, cuando lo tenía todo: un trabajo, una esposa y dos hijas, que ahora cree que deberían tener siete y 13 años.
Vive junto a cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, con una de ellas tienen una relación sentimental. A las 11 de la mañana solo él y su amigo Elías (56) están despiertos, mientras los demás duermen. Ambos ganan dinero limpiando vidrios de los autos en las esquinas, y cuando no pueden hacerlo, lo piden.
Elías dice que siente temor de que los desalojen cuando la Municipalidad, propietaria del terreno, sepa qué hacer con él. Asegura que han venido contratistas a pedirles que se vayan, pero él tiene muy claro que nunca vivirá en un albergue. “No nos gustan las reglas. Aquí nos levantamos y acostamos a la hora que queremos. Nos gusta la libertad”. Elías reconoce que tienen problemas con el alcohol. Las tapas de cerveza están esparcidas por todas partes.
“Mi tío me trajo aquí, él descubrió este lugar, y a mí me pareció un buen espacio para quedarme. Después de separarme de la mamá de mis hijas me sentí derrotado. Quizás tuve una pena muy grande”, relata Javier.
Elías también tiene dos hijas a las que no ve hace años, dice que no le gusta recordar ni hablar de su vida. “Lo que me pasó cuando era chiquitito fue muy difícil, es triste cuando te discriminan”, reflexiona. Y afirma que “no le hacemos daño a nadie, cuidamos este lugar, incluso cuando vienen escolares a fumar marihuana les digo que se vayan, que se cuiden”.
La seremi de Desarrollo Social, Doris Osses, precisa que “ellos hacen uso de las prestaciones a través de la Ruta Social y Médica. Me he acercado varias veces a conversar con ellos para informarles que tenemos prestaciones que los pudiesen ayudar para salir de la condición de calle. No podemos vulnerar sus derechos, si ellos deciden que es ahí donde quieren estar, ahí tenemos que llegar”.
Y agrega que “hay que buscar la mejor solución con la Municipalidad de Chillán. En conjunto podemos dar una solución a quienes viven en el Grupo Escolar, lo más importante es que conversemos dónde los podemos trasladar”.
Desde el municipio informaron que el DAEM tenía los antecedentes. Sin embargo, Nelson Marín, encargado del departamento, manifestó que “esos terrenos desde hace tiempo los entregamos al municipio porque no existen establecimientos educacionales ahí y no tenemos ninguna facultad para invertir”.
Javier asegura que duerme con un fierro porque hace un par de años un grupo neonazi los atacó durante la noche. “Lo ideal sería que nos regalaran un pedazo de terreno con una mediagua. Lloro a veces porque me da pena lo que me está pasando”, confiesa.