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Navidad en un país desconfiado y quejoso

Una encuesta IPSOS de noviembre, con indicadores de bienestar y cohesión del país, muestra una mirada pesimista de los chilenos. En unidad del país, 9% da una evaluación positiva y 76% una evaluación negativa; en “confianza entre las personas”, 7% positiva y 80% negativa; en “estado de ánimo”, 6% positiva y 80% negativa; en confianza en las instituciones, 6% positiva y 85% negativa. Más allá de la exacta representatividad de los datos, las cifras dan cuenta de algo que muchos percibimos: que abunda entre nosotros la desconfianza y el desánimo.

Pero no es solo desconfianza, también es queja y falta de valoración de lo que recibimos de los demás. Es curioso que el 63% tenga optimismo respecto de la situación actual del Covid, pero la apreciación de la forma en que el gobierno está enfrentando la pandemia apenas llega al 28 % de valoración positiva (contra 47% de negativa), aunque es la mejor valoración que ha logrado en el año. Y cuando se pregunta por el “respaldo del Estado hacia las personas”, apenas el 9% evalúa positivo contra el 76% que anota negativo. Esto, en el momento de nuestra historia en que más bonos se han recibido, uno de ellos prácticamente universal. Es verdad que la inequidad nos hace experimentar que la cancha no es pareja para todos, pero los beneficios y apoyos sociales son significativos y, sin embargo, abunda el lloriqueo y el lamento.

Creo, además, que la queja la tenemos a flor de piel para lanzarla afuera apenas podamos, pero no la vivenciamos con la misma intensidad en la experiencia interna y subjetiva.

Dicho de otra forma, las personas vivimos mejor en nuestro mundo personal y familiar (y tenemos sin duda un mejor bienestar que generaciones pasadas), y nos encerramos en ese mundo, pero hacia afuera nos lamentamos profusamente y demandamos numerosos derechos. Somos como esos clientes exigentes y pesados que nunca están conformes. Usando una palabra del Papa, somos un pueblo “con cara de vinagre”. Así nos relacionamos con la sociedad.

¿Qué tiene que ver esto con la Navidad? Mucho, porque la Navidad es acogida, y con desconfianza, queja y encierro en nosotros mismos, no somos acogedores. El Hijo de Dios vino al mundo y no encontró lugar en la posada; “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”, dice san Juan. Pero al asumir nuestra condición humana, Él nos acogió, Dios nos hizo sus hermanos, para que nosotros aprendiéramos a ser hermanos de los demás. La fraternidad es el gran desafío de nuestro mundo individualista e indiferente, fraternidad que nos hace ver en el otro a alguien de igual dignidad, con quien estamos llamados a caminar en el respeto, el apoyo mutuo y la compasión.

La acogida fundamental en Navidad es, finalmente, a Dios mismo, que viene siempre a nuestro encuentro, para establecer un diálogo de amor y regalarnos su Vida en abundancia. Pero con tanta facilidad hemos prescindido de Él, no le hemos dado posada en nuestra vida y en nuestro corazón.

Las razones pueden ser muchas: ¿vivimos satisfechos entre falsas seguridades? ¿superficialidad? ¿Descuido y pereza espiritual?… Pero Él viene nuevamente a nosotros y viene siempre, como Regalo gratuito e inmerecido. ¿Podrá ser Dios la gran fuente de alegría de mi Navidad? Es posible, si no me quedo en la desconfianza y la queja.

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