Pocas veces en la historia de la cultura occidental un factor inmanejable e impredecible ha atentado contra la tradición de la Navidad, como ocurre este 2020. Son escasas, pero hay y en todas se pueden hallar relatos de enorme humanidad que explican la vigencia de esta fiesta. En 1914, cinco meses después de iniciada la Primera Guerra Mundial, se dio la famosa “Tregua de Navidad”, en la que los soldados alemanes y los soldados británicos terminaron encontrándose en ciertas tierras de nadie a vivir y a dejar vivir, a cantar villancicos, a jugar fútbol e intercambiar prisioneros. En 1942, el papa Pío XII envió un radiomensaje “a los cientos de millares de personas que, sin culpa propia alguna, a veces solo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinadas a la muerte o a un progresivo aniquilamiento”.
Está por verse si en este 2020, en medio del agotamiento de una época que ha obligado a todos a replantearse sus vocaciones y tareas, se asumirá o se negará la realidad de una Navidad en medio de la catástrofe.
La Navidad fue traída a América Latina por la expedición de Cristóbal Colón en 1492, y ha sido desde siempre un relato religioso sobre el nacimiento de Jesús, pero también una suma de leyendas y de costumbres venidas de la Edad Media, que tienen en común la celebración de la generosidad como uno de los principales milagros humanos.
Aplicado a la realidad que nos toca vivir este año, aquel relato tiene especial vigencia. Más que nunca se trata de ser generosos. De aceptar que aún estamos en medio de una emergencia sanitaria. Y valorar el hecho de que, gracias a los avances de las Tecnologías de Información y Comunicación, por primera vez será posible reunirse, verse y escucharse en medio de una catástrofe.
La ingenua percepción de que la crisis está superada porque se está empezando a distribuir vacunas por el mundo, e incluso ya llegan a Chile, crean en muchas personas la idea de una realidad deseada, pero no real. No se puede bajar la guardia.
No en vano, desde la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) se hacen recomendaciones para que, sin dejar de celebrar, se pongan la vida y el bienestar por encima de cualquier condición. Y eso empieza por evitar a toda costa las reuniones con personas mayores, una medida que si bien atenta contra la tradición, puede ser salvadora.
No se trata de renegar de la fiesta de Navidad, ni de hacer sentir culpable a nadie en estos tiempos difíciles en los que cada cual hace lo mejor que puede; pero todo indica que la Navidad de 2020 se trata de preservar la salud de cada uno.
Las reuniones familiares, la tradicional cena, no serán iguales esta vez, y no deben serlo, porque el distanciamiento físico sigue siendo lo recomendado por los expertos y por las autoridades, pero será más significativo, más conmovedor quizás, porque será el último recordatorio de este 2020 de que todo comienza por el cuidado de uno mismo y de su familia.