La falta de una verdadera planificación de las ciudades chilenas está pasando una costosa factura: la de la inmovilidad. Esto se traduce en urbes más densas, congestionadas e incluso contaminadas. No se trata de un fenómeno exclusivo de nuestros entornos urbanos; el mismo problema lo viven prácticamente todas las ciudades del mundo, con la diferencia de que en muchas de ellas se empiezan a estudiar alternativas que incluyen sofisticadas tecnologías y la prelación de espacios para el peatón y las energías limpias.
Por estos días se ha recrudecido el debate de la congestión que se vive en Chillán. Y el tema, aunque no es nuevo, sí tiene crispados los ánimos de la ciudadanía. La gente está tardando más tiempo para llegar a sus destinos, y la normalización de la actividad tras dos años de pandemia, unida a problemas del transporte público –derivados principalmente de la falta de chóferes que abandonaron la actividad- ha disparado la presencia de vehículos en las calles.
A ello hay que sumar el inicio de obras que se ejecutan en corredores viales clave, como las avenidas Vicente Méndez, Huambalí y Diagonal Las Termas, donde se han implementado iniciativas de mitigación para evitar que el escenario sea peor; sin embargo, en las horas de mayor flujo, es evidente que las medidas se quedan cortas. Y, sin ánimo de ser alarmistas, los problemas de movilidad no desaparecerán en el mediano plazo. De eso no hay duda, porque el parque automotor seguirá creciendo y Chillán continuará su expansión territorial así como su densificación y con ello se agudizarán los problemas urbanos. Entre ellos, los problemas de uso de suelo en términos de la existencia y localización de las actividades y servicios, de conectividad, de movilidad de personas y bienes, de costos (tarifas) y de tiempos de acceso y segregación socio-territorial. Ante tal proyección, las respuestas que pueda entregar la cartera de proyectos viales del Plan Maestro de Transporte no son pocas, más si se repara en cuánto no se ha hecho y cómo se dejó que el tiempo transcurriera en vano. Pero un antiguo dicho expresa que es en vano llorar sobre la leche derramada.
Desesperarse o buscar responsables en el pasado no es la salida. Todos los actores viales juegan un papel importante a la hora de hallar soluciones, y en ese sentido resulta oportuno que entre muchas alternativas que se sugieren, se piense en un concepto técnico del que poco se habla: la gestión de tránsito. Actualmente, existen modelos en el que a través de big data y las matemáticas se pueden obtener información valiosa para conocer con certeza los problemas de movilidad en los diferentes sectores de la capital regional y cómo actuar para prevenir el caos. Con esta tecnología se pueden realizar simulaciones e indicar cómo gestionar el flujo de vehículos en una zona determinada y mitigar de mejor forma los tacos.
Una mejor movilidad, construida entre todos, impacta no solo en la calidad de vida, sino también en la productividad y el empleo. Decirlo desde acá puede sonar fácil, pero no hay remedio. Chillán puede colapsar o salir a flote con algo de sentido común y conciencia colectiva sobre las limitaciones que tenemos. El reto es grande, pero es la única fórmula para seguir gozando de nuestra ciudad.