En contraposición al alcoholismo, se suele hablar de rehabilitación. Una que pareciera ser el final de una novela o una película que termina con un beso o los triunfantes brazos al cielo de un luchador fracasado.
“Ya , pero , ¿para qué quiere que me rehabilite? Si me rehabilitaba mi vida iba a ser igual, iba a seguir solo y casi en las mismas condiciones . Al final, hermano, la vida me la iba a ganar de nuevo, iba a caer de nuevo”, dice Jaime.
Por 20 años fue maquinista de ferrocarril, tuvo un trabajo administrativo en el Estado, pero algo le pasó (de lo que no quiere hablar) y se alcoholizó. Hoy trabaja descargando camiones en la feria, ayuda a locatarios del mercado y pide dinero en la calle, donde tiene fama de cascarrabias.
Y eso es lo malo de las películas que terminan con un beso. No se sabe qué tan bien o qué tan mal anduvo esa pareja después. Sin embargo, en la vida real, quien cae en el alcoholismo, tiene más claro lo que pasará.
Hoy, el alcoholismo en Ñuble es un tema que preocupa, puesto que según el último estudio del Senda, es la región con el mayor consumo per cápita de Chile, con más del 52% de prevalencia. Y la mitad de ellos con consumo problemático.
La cifra sorprende, si solo se tiene como referencia a gente de la calle como Jaime o al popular “Chagui” del Paseo Las Palmas. Lo cierto es que la enorme mayoría no está en las cantinas, sino dentro de las casas , que junto a la vergüenza, lo tapan todo.
“Lo ven como chistoso”
“En mi curso, una de las cosas de las que más se habla del paseo a Bariloche, es de salir a tomar, porque no van a estar los papás”, dice Tomás, alumno de 3º Medio de un colegio particular de Chillán.
Siendo menor de edad, la primera vez que tomó cerveza fue en la casa de un compañero que estaba de cumpleaños. “Los papás de él compraron cervezas para los invitados, así que probé. Eso fue el año pasado”, dice.
Más elocuente es lo que agrega Patricia, alumna del mismo colegio, quien cuenta que “ya en octavo, para los cumpleaños mis compañeros llevaban cervezas en las mochilas. Lo que pasa es que muchas veces eran los hermanos mayores los que andaban con trago, y ellos nos daban, pero los papás sabían y no se metían”.
Patricia dice tener “como siete compañeros, hombres y mujeres, que uno ya sabe que se van a curar en cualquier carrete. Nadie nunca les dice nada, porque al final lo ven como chistoso, como una anécdota”.
Recién el próximo año el Senda tendrá los resultados del consumo de drogas y alcohol en menores de edad. Es un hecho que el acceso es cada vez más temprano.
“Un litro al día no se nota”
Isabel se fue a España cuando cumplió 21 años. Había suspendido sus estudios de Sicología y conoció a un chileno que trabajaba en Sevilla, donde vivió por cerca de siete años. Allí comenzó a tomar sin control, hábito que a veces se atenúa y a veces no.
“Al principio estuvo bien la relación, pero de a poco se empeoró porque pasaba mucho tiempo sola, en el departamento, sin amigos y viendo tele”, dice.
No quería volver porque le gustaba la vida de Sevilla, en especial la noche. Pero la ansiedad la llevó a tomar cada vez más “y después como que todo se distorsionó. Mi pareja llevaba amigos al departamento y tomábamos toda la noche, lo peor fue que caímos en una promiscuidad de la que no estoy muy orgullosa, y la sensación de soledad era devastadora. Ahí me di cuenta que no podía seguir y me volví. Llorando hice las maletas y llorando me volví a Chillán”.
De día trabaja, “y nunca he tenido un solo problema en la pega, en serio, soy s ú p er responsable”, dice.
Pero una vez en su casa, “ya se me viene todo encima de nuevo. He tratado de rehabilitarme, me dicen que estoy al borde del alcoholismo y eso igual te asusta, así que trato de no pasar ese límite. Una vez estuve dos meses sin tomar nada, pero realmente, necesito tomar al menos un litro de cerveza diaria, y una lata en la mañana, antes de partir el día, para estar tranquila. Un litro al día no se nota”.
Desde que llegó a Chile intentó realizarse tratamientos. “Pero eso es algo que no se desaparece con pastillas. Es muy complicado salirse del tema, pero eso yo opté por mantenerlo a raya, no pelear contra eso, pero sí mantener el control y no pasar de mi propio límite”, finaliza.
En riesgo vital
“Al principio no se denuncia por varias razones. Por cariño, por la esperanza de que las cosas cambien y porque tú piensas que no es posible que dos profesionales inteligentes y con recursos no puedan enfrentar ese problema. Pero las cosas no cambian, siempre empeoran y al final terminas arrancando por tu vida”, dice Soledad, una enfermera que llegó a vivir a Chillán tras sufrir graves episodios de violencia intrafamiliar con su exmarido.
Simpático, amigo de sus amigos, bueno para los asados, generoso y todo un talento para las tallas. Esa era la imagen que tenía cuando conoció al ingeniero penquista que terminaría siendo el padre de sus dos hijas.
“Sin embargo, para las fiestas familiares siempre se le pasaba la mano con el trago y terminaba peleando con sus hermanos y con su mamá. Era terrible, al día siguiente se arrepentía y decía que no volvería a pasar”, prosigue Soledad.
Una infancia compleja, con un padre casi ausente y una madre normalmente angustiada “y arribista como nadie, todo era exigencia, apariencia y materialismo, creo que realmente lo volvieron loco y se desahogaba en el trago. Pese a ser un excelente profesional sus traumas de infancia le pasaron la cuenta” .
La enfermera estuvo un par de semanas en el hogar para mujeres en riesgo vital, luego se mudó de ciudad para dejar todo atrás.
Hoy suma años interminables de litigios legales por el tema de la tuición de las hijas, ya que “ha hecho lo posible por quitármelas. Lo peor de todo esto es que el problema del alcohol y la violencia la terminan pagando los niños”