Señor Director:
El trabajo realizado para confeccionar los Informes Rettig y Valech, sumado a la existencia del Museo y diversos sitios de memoria, constituyen, parafraseando a Tzvetan Todorov, acciones y lugares que apuntan al restablecimiento de la dignidad de las personas asesinadas, torturadas o que fueron víctimas de diversos abusos por parte de la dictadura cívico – militar impuesta a partir de 1973. Constituyen en este sentido, el reconocimiento de que muchos chilenos y chilenas sucumbieron ante la muerte y el horror, pero a pesar de ello, la memoria, su memoria, triunfa en su lucha contra la nada.
En las últimas semanas, al fragor de la discusión en el congreso sobre el presupuesto 2023, algunos parlamentarios votaron en contra del financiamiento del Museo y de diversos sitios de memoria apelando a que son lugares que promueven una memoria parcial o selectiva, relativizando con ello, un mínimo civilizatorio al que costó llegar en el período postdictadura.
José Zalaquett, gran chileno y defensor de los DDHH, señalaba que existían dos tipos de verdades: Las interpretativas y las fácticas. Las primeras generan debate y refieren a contextos, causas, motivaciones u otros elementos propios de los fenómenos históricos. La segunda, en cambio, se relaciona con hechos objetivos que profusamente documentados, no deberían admitir dos visiones opuestas. Así, por ejemplo, se puede discutir que fue lo que llevó al golpe de estado del 11 de septiembre, o sea, sobre una verdad interpretativa. Sin embargo, no corresponde debatir sobre si se asesinó o no a más de 3.000 chilenos y chilenas, ya que constituye una verdad fáctica largamente investigada y probada.
Es en este contexto, que se evidencia la gravedad de la relativización que hicieron varios congresistas. Negar y criticar el Museo y sitios de memoria, significa relativizar la verdad fáctica del horror causado por la dictadura y eso implica, que este retroceso civilizatorio puede no tener retorno.
Freddy Sánchez Ibarra