La creación de la nueva Región de Ñuble trajo a la superficie el sueño de la descentralización y de mayores grados de autonomía en la gestión regional y, como consecuencia de ella, en la gestión local. Lo que no estaba en el horizonte de nadie al perecer fue la pérdida de liderazgo de Chillán en los procesos de gestión y de transformación de la ciudad.
En efecto, paulatinamente se fueron instalando en la agenda una serie de proyectos que significan transformaciones severas de la ciudad, en la cual la voz cantante y las decisiones las lleva el gobierno regional, las seremis y los ministerios de los cuales estas tienen dependencia técnica. Esto ha sido reconocido por la propia autoridad comunal, quien ha señalado que “perdió la agenda”.
El mejor ejemplo es el proyecto de transformación del eje Libertad en un barrio cívico, el que ha sido concebido y será ejecutado por el MOP. Hasta donde se sabe el gobierno comunal ha sido espectador, y la sociedad civil, con excepción de la Cámara Chilena de la Construcción, también ha estado ausente.
Las causas de esta pérdida de liderazgo de Chillan en relación a las transformaciones necesarias para reinventarse como capital regional están ciertamente en una estructura política administrativa que sigue siendo extremadamente centralista. En la práctica, ésta se trasladó desde Concepción al centro de Chillan, y sigue siendo -conceptualmente y en la práctica- una nueva forma de centralismo.
La otra causa es la inexistencia de un proyecto de ciudad que dé cuenta de la nueva condición de Chillán como capital regional.
Es necesario separar para los efectos de mirar el futuro, las competencias que pueda o no pueda tener el gobierno comunal de la capacidad de gestión sobre su propio territorio. De la misma manera, es imprescindible en materia de planificación de una ciudad tener una mirada de largo plazo, por sobre el día a día de la gestión comunal, que es por su naturaleza de corto plazo.
Y esto no dice relación con la estructura de poder que por su naturaleza es cambiante sino con la capacidad de soñar y pensar en la ciudad del futuro. Claramente, el liderazgo de esta visión de futuro debe estar en la propia ciudad, en la sociedad civil y en el gobierno local, porque la comunidad es la que establece la línea de continuidad entre el pasado, presente y futuro. Y la tensión entre el gobierno central y los gobiernos comunales, lejos de ser un elemento negativo, debe ser el motor para incentivar la creatividad e innovación de estos, pero fundamentalmente relevar su capacidad de liderar un desarrollo sustentable.
Chillán, como ciudad, tiene una gran oportunidad, ser capaz de autogestionarse como una capital regional moderna, pero a la vez ordenada y respetuosa de sus valores urbanos, históricos y culturales que le son inherentes. Si renunciamos a ello, estaremos consagrando un “megacentralismo” instalado en nuestro propio seno, mucho más perverso que el centralismo clásico.